lunes, 1 de diciembre de 2008

Las ginecólogos

Acabo de volver de Barcelona de la reunión anual nacional de nuestra sociedad médica que se celebra este, por sexagésima vez, de manera continuada, y desde mi punto de vista con gran acierto, en aquella ciudad. Empecé a ir a esas reuniones hace 38 años. Al principio, cuando yo era residente, íbamos en el coche de nuestro tutor, nuestro querido José González Elipe, quien nos recogía en Madrid a eso de las 10 de una mañana fría de diciembre y conducía sin decir palabra hasta la Almunia de Dña. Gomina -perdón, Godina-, donde solíamos repostar todos, el coche, gasolina y el propio Dr. Elipe, un caldero de alubias blancas, con todo tipo de aderezo propio del plato, seguido de un par de huevos de corral aderezados de derivados del cerdo, no precisamente pobres en colesterol. Después de semejante carga, digna de un abad, el Dr. Elipe solía volver a ponerse a los mandos del coche y no volvía a parar hasta el Bruch o la Panadella, para estirar un poco las piernas, y de allí seguido a Barcelona donde solíamos llegar justo para la cena.

Nos alojábamos en el Casal de Metge, al principio de la vía Layetana, donde contábamos las horas de la noche por las campanadas de la catedral, luego en el nuevo edificio del Paseo de la Bonanova. Compartíamos habitación dos personas, el Dr. Elipe y yo casi siempre juntos, y los otros dos residentes compinchados y juntos, huyendo de las exigencias del maestro. Antes de eso el Dr. Elipe nos llevaba a cenar, si era posible a Can Costa a la Barceloneta, donde se trajinaba la mitad de la población de crustaceos del Mediterraneo, y luego al Molino, en el Paralelo. A eso de la media noche, cuando los jóvenes estábamos agotados, el Dr. Elipe se ponía a jugar unas partidas de máquinas diabolicas en las que a toda costa había que evitar que una bola de acero, cumpliendo las leyes de la gravedad, se colara por un agujero, mediante la pulsión frenética y a veces el pataleo de los resortes y aún del conjunto de la máquina entera. Pero cuando volvíamos a nuestra residencia, a eso de las dos de la mañana, nos faltaba lo peor. El Dr. Elipe nos hacía ensayar las comunicaciones científicas que íbamos a presentar al día siguiente, y el ensayo podía durar horas, hasta que el quedaba satisfecho. Dormir poco o nada no era considerado un problema. Por el contrario, entre nosotros existía la convicción de que hacer una buena presentación científica después de haber dormido bién no tenía mérito; lo realmente bueno era hacerlo bien sin haber dormido y, preferiblemente, después de una noche de juerga.

Por supuesto que el Dr. Elipe corría con todos los gastos y que no recibíamos financiación de la industria farmacéutica. Ahora, por el contrario, cualquier residente de tres al cuarto, viaja en avión o en AVE, se aloja en un hotel de 4 o mas estrellas, y tiene invitaciones a cenas o comidas de lujo con carácter gratuito, gracias a la des?-interesada ayuda de la industria farmacéutica. Y a nadie parece preocuparle este tipo de relaciones.

Durante la reunión de la sociedad tengo al oportunidad de charlar con algunos de mis antiguos residentes. Los hay de todos tipos. Brillantes, que trabajan en el extranjero, viviendo modestamente, como jóvenes, con pareja y con familia, como Elena Meseguer, que lleva varios años en Paris, con su marido y su hijo, luchando como hemos hecho todos; y otros, mas mediocres, que ya han encontrado un hueco en el sistema sanitario español, que no se plantean cuestiones trascendentes, que aceptan de forma callada los 3000 euros que ganan al mes, sin poner en cuestión el tipo de práctica que realizan.

Uno de mis antiguos resis, XM, que trabaja en el hospital de Arganda, me da su punto de vista sobre las ginecólogos de aquel hospital. Lo que me cuenta es algo preocupante. Por una parte me dice que la reivindicación se debe a varias cosas entre otras que los ginecólogos creen -y ella está de acuerdo- que en aquél hospital debe haber dos de sus miembros de guradia porque si uno tiene alguna intervención urgente, por ejemplo una cesárea, necesita ayuda de otro compañero de otra especialidad y no queda nadie disponible para cualquier otra urgencia que pueda ocurrir. El problema es que ese hospital, según los cálculos de XM, tiene unos 2000 partos al año, es decir entre 5 y 6 diarios, de los que la mayoría deben ser normales. De modo que pedir dos ginecólogos de guardia para esos números parece como pedir la luna, algo que con toda seguridad, esos mismos ginecólogos no exigirían cuando trabajan en clínicas privadas. El problema está en que para ese volumen de partos no debería haberse abierto un servicio de Ginecología y que haberlo hecho, en lugar de desviar las mujeres a otro centro, ubicado unos pocos kilómetros mas lejos, a menos de media hora de coche, es un puro ejercicio de demagogia.

Lo que también me cuenta XM es las presiones que recibe de la administración sanitaria. El tenía un suplemento de productividad por el que cobró 1000 € el primer trimestre. En el segundo la dirección estimó que había solicitado mas pruebas diagnósticas de las necesarias y le suprimieron el plus económico. También tiene una cuota de prescripción por la que no puede recomendar determindados tratamientos considerados caros mas que a un pequeño número de pacientes. Por ejemplo, me dice que está autorizado a prescribir tratamiento con interferón a dos pacientes al año. Con una sonrisa triste me dice que si los pacientes tienen problema en los primeros meses del año puede tratarlos pero que ¡ay de aquellos que tengan brotes a partir del verano!.

Marisa

Marisa es mi librera. Es una mujer pequeña, fuerte, que fuma como un carretero -¿por qué diremos que los carreteros fuman tanto?. Quizás la soledad durante el viaje produce tendencia a fumar- y que tiene un voz aguardentosa que en nada envidiaría a la un sujeto que se desayune con Cazalla. Marisa ha sido un entusiasta vendedora de mis libros a mis paisanos colmenareños y a veces me ha pagado en especie, con archivadores y carpetillas a cambio de libros. Ahora, como hace mucho que no escribo en letra impresa sino solo en el blog, mis cuentas con Marisa se han desequilibrado a su favor, de modo que, cuando fui a comprar material de oficina para ordenar la burocracia que me ha acarreado mi mal querida presidencia de la comunidad de vecinos, he tenido que pagarle, no en especie o mediante trueque, sino con dinero de “vellón”.
Mientras me devuelve el sobrante de un billete de 50 € Marisa me pregunta, esperanzada, si creo que están teniendo lugar cambios positivos en el área de la sanidad pública. Ella ha leído algo sobre la crisis del departamento de Ginecología del Hospital de Arganda y considera que, el hecho de que todos los miembros de una especialidad de un hospital nuevo se hayan plantado ante las autoridades sanitarias, hasta el punto de obligar a cerrar ese servicio, le hace pensar que puede estar ocurriendo un cambio importante en la postura de los profesionales, que pasarían de pasivos a comprometidos en la defensa de los pacientes.
Lamentablemente, le digo a Marisa, no tengo datos que me permitan confirmar o rechazar sus suposiciones. Podría ocurrir muy bien lo que ella dice, que los profesionales, o al menos un grupo de vanguardia de ellos, hayan decidido enfrentarse a la administración en defensa de los intereses de los pacientes; pero también podría ocurrir que un grupo de profesionales, en una posición favorable desde el punto de vista del mercado, con una demanda de médicos mayor que la de la oferta, hubiera decidido reclamar una serie de reivindicaciones meramente corporativistas, absolutamente legítimas, pero en ningún modo altruistas: mas personas para el mismo trabajo, mas guardias y –por tanto- mas ingresos con menor esfuerzo personal, etc.. Es muy difícil juzgarlos desde fuera pero la mayor parte de la contestación médica a las medidas de la consejería de la Comunidad de Madrid están impregnadas de sindicalismo médico, no de defensa de los intereses de los ciudadanos. Por otra parte, ¿ a quién podría sorprenderle esto?. Los médicos somos ciudadanos normales y tenemos nuestros intereses corporativos. No tendríamos por qué avergonzarnos de esto. De lo que si tenemos que sentir vergüenza es de poner los intereses de los ciudadanos por detrás de los nuestros, de convertirnos en cómplices de la administración cuando nos interesa en lugar de dejar claro, en todo momento, que somos independientes.
Le explico a Marisa que la sanidad pública requiere, no solo una mejor gestión de recursos que la que ahora existe, sino también un gran incremento presupuestario. Que no hay que engañar a la gente, que la calidad de la asistencia que ahora recibimos se debe a que el personal sanitario está mal pagado y, por tanto, sujeto a mis corruptelas y tolerancias inexcusables, y a que las familias cargan con un peso insoportable de muchas enfermedades en las que el cuidado fundamental debería recaer en la sociedad. Marisa me dice que ella estaría dispuesta a pagar más impuestos por una sanidad de mayor calidad. Pero ¿cuántas personas compartirían esa disposición?

domingo, 16 de noviembre de 2008

Los funcionarios

Una de las características de Esperanza Aguirre, que la convierte en absolutamente adorable, es que, a diferencia de muchos otros políticos, con frecuencia dice lo que piensa, aunque a semejanza de la mayoría de sus colegas, casi nunca piensa lo que dice. ¡Cuántos titulares de prensa, cuántas noticias de primera plana o de apertura de noticiario, habrá desencadenado esta mujer, cuantas tormentas produce, cuanto desparpajo genera y con qué frescura –en todos los múltiples sentidos de esta palabra- las suelta!. ¿Qué hubiera sido de la carrera televisiva del Gran Wyoming y sus compañeros de “Caiga quien caiga” sin el estimable concurso de esta mujer, primero como ministra de Cultura -¡qué ironía!- y luego como presidente del Senado.
Uno de los ejemplos de facundia desinhibida de nuestra insólita heroína tuvo lugar esta semana, durante el programa de televisión “59 segundos” en el momento en que la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid manifestó su compromiso de mantener el derecho a la sanidad pública y gratuita aunque según su criterio esto no implica, ni exige de manera alguna, que la dispensación de esos servicios tengan que estar en manos de funcionarios.
Muchos de mis compañeros que trabajan en el sector público de la asistencia sanitaria de la Comunidad de Madrid me han expresado en varias ocasiones su convencimiento de que existe corrupción y prevaricación a gran escala en la consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Los argumentos que manejan a favor de sus opiniones son que se ha favorecido en gran manera el desarrollo de compañías privadas con ánimo de lucro, a las que se entregan grandes paquetes de asistencia sanitaria, a veces a sectores enormes de población madrileña, atados de pies y manos, sin otra opción que recibir tratamiento en centros privados, siempre con menos personal y peor cualificado que en los públicos, o renunciar a sus derechos sanitarios. También se argumenta que la Comunidad de Madrid externaliza servicios –pruebas diagnósticas, cirugía menor ambulatoria, servicios de apoyo, gestión, etc.,- a precios muy superiores de que costaría desarrollarlos en sus propios hospitales. Por último se añade que, en ocasiones, han tenido lugar incorporaciones a los consejos de administración de empresas importantes del sector sanitario privado de personajes de la propia Consejería de la Comunidad de Madrid que han desempeñado un papel relevante en las negociaciones sobre determinados paquetes concertados con las propias compañías privadas, lo que, según mis amigos, sería una prueba más de prevaricación.
No existe ninguna duda de que algunos de estos fenómenos han tenido lugar. Pero yo creo que, más bien que a una conspiración organizada desde las alturas con objeto de delinquir, se deben a errores de apreciación de los responsables sanitarios, bisoñez en la gestión y, sin ninguna duda, a falta de elegancia de algunos gestores. Pero la torpeza de unos, la ingenuidad de los segundos y la avara grosería de los terceros, elementos que tienen lugar en cualquier campo de actividad humana, no permiten afirmar, sin género de dudas, que la presidenta de la Comunidad de Madrid sea la cabeza visible de una organización mafiosa criminal ni su consejero de Sanidad el líder de un grupo de pistoleros a su servicio.
Antes bien, yo creo que Esperanza Aguirre es una persona honrada y que cree lo que dice. Y dice unas cosas terribles que no diría una persona perversa sino más bien una persona ingenua aunque, evidentemente, con muy poca capacidad de reflexión y de autocrítica. Tomemos su frase sobre la asistencia sanitaria y los funcionarios. No le duele a la presidenta que aquellos a quienes ella considera más bien súbditos que ciudadanos tengan derecho a una asistencia pública y gratuita pero si le molesta profundamente que se le exija, como ella cree, que los que los dispensadores de esa asistencia tengan que ser funcionarios. Ya sabemos que los funcionarios tienen mala prensa, a veces bien ganada, desde Larra hasta hace unos años. Muchas personas opinan que el funcionario es un señor que gana unas oposiciones, “toma posesión” de su plaza, como si la tomara de una herencia, y se convierte en una persona intocable que puede pasarse la vida, con un sueldo en la mayor parte de los casos, bajo, pero en una posición inexpugnable, en la que es casi imposible controlarle.
El problema es que ese funcionario tradicional ha cambiado radicalmente y que ahora, aunque existen funcionarios incompetentes o delincuentes , desde profesores de universidad hasta secretarias, desde investigadores del CSIC a conserjes de ministerios, de difícil eliminación, la mayoría son personas eficientes, muy entregados a su función de servidores públicos, y desde luego, según estudios recientes, de psicólogos y sociólogos del trabajo, mucho más motivados y entregados a su trabajo que sus compañeros del sector privado.
Una de las características de los funcionarios, que posiblemente justifican la alergia que hacia ellos tiene Esperanza Aguirre, es que son personas relativamente independientes. Tienen “plaza en propiedad” y por lo tanto son menos susceptibles a la discrecionalidad de sus jefes. Tienen derechos reconocidos y es más difícil conseguir que acepten sin replicar las decisiones de los gestores políticos que las personas que carecen de ese estatus o están contratados en condiciones de interinidad. Se les puede echar pero hay que hacerlo mediante expediente administrativo; se les puede presionar pero los tribunales están muy sensibles al mobbing y los sindicatos no se quedan quietos.
De modo que los gestores sienten que su poder omnímodo se ve amenazado por el estatus del funcionario. A un médico del sector privado sus jefes le pueden imponer cualquier tipo de modelos de asistencia y patrones de conducta pero a uno del sector público no hay quien le tosa porque su puesto de trabajo está seguro. Pero eso es importante para el paciente porque el primero estará muy condicionado por la necesidad de obtener un beneficio económico y por las presiones de sus superiores mientras que el segundo solo actuara como le dicte su ciencia y su conciencia.
Y eso es lo que no puede permitir un gobierno liberal, con el que ahora manda en la comunidad de Madrid, que los mediadores de los servicios públicos puedan guiarse por opiniones propias y no sean susceptibles de presiones institucionales. ¡Joder con los liberales!. Con este grupo de defensores de la libertad, que imponen sus criterios a los servidores públicos y controlan los medios públicos, ¿para qué necesitamos nosotros los totalitarismos?. Maravillosa, Esperanza Aguirre, por decir públicamente lo que todos sabíamos pero nadie se atrevía a confesar. ¡Lástima que no tenga en frente a una persona con dos dedos de frente!.

sábado, 8 de noviembre de 2008

La pérdida de los valores éticos

Desde que existe en España un programa de asistencia sanitaria pública, hace medio siglo, no se había puesto nunca en cuestión la gestión de la sanidad tanto como se ha hecho en la comunidad de Madrid durante las dos legislaturas últimas, la pasada y la presente, en las que ha estado al frente del gobierno de esta comunidad Esperanza Aguirre. Hemos pasado por una época fundacional y de extensión de la asistencia sanitaria a cargo de un ministro falangista del general Franco. Luego, la extensión de la cobertura a toda la población y la promulgación de la ley general de Sanidad, por parte del primer gobierno socialista. Después, la regionalización de la asistencia sanitaria con las transferencias autonómicas por un gobierno conservador. Diversas iniciativas, algunas de gran calado, por distintos gestores políticos, de diferente inspiración ideológica. Pero nunca había pasado nada parecido a lo de ahora en la Comunidad de Madrid. Un mosaico variopinto de modelos de gestión, favoritismo para los modelos de asistencia privada, autoritarismo y cambio del modelo de liderazgo médico, judicialización de la gestión, ampliación del número de hospitales públicos sin la adecuada expansión presupuestaria y con entrega de la gestión a sectores privados, actitud desafiante y provocadora de los gestores.

Los hitos mas importantes de ese proceso son los siguientes:
Puesta en marcha de modelos de gestión “diferente” de hospitales públicos, como la Fundación Hospital Alcorcón.
Confirmación de que esos modelos producen insatisfación mayor que los tradicionales y alguna catástrofe asistencial, todavía no suficientemente aclarada, como la epidemia de hepatitis iatrogénica.
Reflotación económica del hospital mas emblemático de la medicina académica de España en la segunda mitad del siglo XX, la Fundación Jiménez Díaz, no mediante su absorción por el sector público sino mediante su cesión a un grupo financiero internacional con ánimo de lucro. Negociación de condiciones ventajosas para ese grupo en el contexto de la comunidad de Madrid.
Nombramiento como gerente de la Fundación Jiménez Díaz del antiguo gerente de la Fundación Hospital Alcorcón. Entrada en el grupo directivo de la compañía internacional mencionada de altos directivos de la consejería de la comunidad de Madrid que habían participado previamente en la negociación de los acuerdos entre la compañía y la Comunidad.
Criminalización y represión de conductas médicas legítimas aunque no del gusto de los gestores sanitarios en el hospital de Leganés, lo que produce la mayor movilización del personal sanitario de la comunidad de Madrid en los últimos 30 años.
Apertura de una gran cantidad de hospitales nuevos en distintas zonas de la comunidad sin un aumento correspondiente del presupuesto sanitario. Los hospitales se intentan financiar de muy diversa forma. En parte mediante la cesión a empresas privadas, en parte mediante personal extraído de otros hospitales.
Declaración publica por parte de los gestores sanitarios de la “sanidad como una oportunidad de negocio”, que produce un amplio rechazo en los profesionales y sindicatos.
Enfrentamiento radical y continuado entre los gestores y los profesionales y los sindicatos. La contestación deja de ser coyuntural y se convierte en permanente. Puede decirse que se ha llegado a un punto tal en el que los gestores han perdido por completo la confianza de sus subordinados hasta el punto de que su gestión es imposible y el mantenimiento en sus puestos mas cuestión de “sostenella y no enmendalla” que de racionalidad.

Esta situación tiene todas las características de sobrepasar lo que podría ser una mera contestación basada en reivindicaciones profesionales o corporativas mas o menos legítimas o discutibles, o incluso una batalla mas en el contexto de la confrontación política y sindical, y de convertirse en lo que podría ser “una crisis del sistema”.

En efecto, en España gozamos de una asistencia sanitaria en muchos casos excelente y la hemos conseguido a un costo muy bajo, dedicando a asistencia sanitaria una parte muy pequeña, muy inferior a la que invierten la mayoría de los países de nuestro entorno, con peores resultados, del producto interior bruto. Ese “milagro” o cuadratura del círculo se ha conseguido gracias a dos elementos: 1) Que las familias han absorbido hasta hace poco y todavía absorben la parte del león de la asistencia socio-sanitaria, de los cuidados crónicos; 2) Que los sueldos del personal sanitario –médicos, enfermeras, técnicos, etc., que suponen el 80% del presupuesto de un hospital- son muy inferiores, en términos absolutos y relativos a los de los países que nos rodean. Entre nosotros, hasta hace poco, predominaban las posturas de altruismo. Nosotros estábamos orgullosos de ejercer una función pública, al servicio del ciudadano. El médico era un sujeto portador de valores morales, al servicio de la humanidad. Muchos habríamos suscrito la respuesta que me dirigió uno de mis recién llegados residentes, hace ahora casi 20 años, cuando le pregunté cómo se encontraba en el programa de formación: “Estupendamente, me dijo. Hago lo que me gusta y, encima, me pagan”. Lo mas importante era hacer lo que nos gustaba; el sueldo era lo de menos.

Pero eso ha cambiado radicalmente. Ahora no hacemos lo que nos gusta. Los gestores nos dicen qué es lo que tenemos que hacer y cómo tenemos que hacerlos. Los mandos intermedios no son escogidos por su prestigio intelectual, ni por su capacidad de liderazgo, ni por sus valores éticos, sino solo por su docilidad. Y, si las autoridades proclaman que la sanidad es una oportunidad para hacer negocios ¿cómo pueden pretender poner freno a todo tipo de reivindicaciones, incluidas las mas corporativistas?.

Esperemos que, entre unos y otros, no acaben con la salud del sistema ni perjudiquen a los beneficiarios.

domingo, 12 de octubre de 2008

La ITV neurológica

Me llama hace unos días la esposa de un antiguo y muy querido paciente.

- "Doctor, le llamo para decirle que Antonio ha muerto".

- "¡Cuanto lo siento!.Y, ¿cómo ha sido señora?".

- "Pues mire, Doctor, se cayó en la calle y se fracturó la pierna. Y, como era domingo, le llevamos a una clínica privada, que yo creo que retrospectivamente fue un error (yo también lo creo, un sitio al que no estaría bien llevar ni al peor de nuestros enemigos) y allí le quitaron los anticoagulantes. Y al día siguiente tuvo así como una sacudida brusca y yo le dije: ¡Antonio, Antonio!, pero no le pude despertar".

Don Antonio, como yo le llamaba era uno de mis pacientes mas divertidos, o por decirlo de manera mas cruel, era uno de mis pocos pacientes divertidos. Había sido un empresario de éxito y a sus mas de 80 años de vida y mas de 10 años de Parkinson seguía disfrutando de la vida. Viajaba continuamente y era un gran jugador de cartas. Yo me lo he encontrado en un avión en el que yo venía de un congreso de Niza y el de un casino de Montecarlo. En una ocasión se enteró de que un médico argentino, tan modesto y tan parco en palabras como suelen serlo los ciudadanos de esa república, que trabajaba en Paris propugnaba un nuevo tratamiento de la enfermedad de Parkinson y me pidió mi opinión sobre el. Yo le dije que no tenía datos. Casualmente yo tenía que estar en Paris el día que él iba a visitar a su médico y me ofrecí a acompañarle. Me lo agradeció muchísimo y nos vimos en el Hospital Henry Mondor. Al salir de la entrevista le dije:

"Don Antonio, no estoy seguro de que ese tratamiento que le proponen le vaya a ayudar en su lucha con la enfermedad de Parkinson pero estoy en condiciones de asegurarle que, salvo que le arruinen, no le va a producir efectos secundarios. Si le hace ilusión, tómelo".

Don Antonio tomó el tratamiento. Hizo algunos viajes a Paris, lo que no creo que le disgustara, con su esposa, una señora algo mas joven que él pero que se conservaba muy bella, y pasó de un optimismo infantil a la opinión de que le habían engañado. Y quizás a un cierto pesimismo.

- "Bueno, Doctor, -sigue la esposa- quiero decirle que el funeral es esta tarde, a las 7, en la iglesia de S. Fermin de los Navarros".

- "No creo que pueda ir, Señora".

- "No, Doctor, si es posible que yo tampoco vaya. Yo le quería mucho y eramos un matrimonio muy unido pero ahora estoy muy enfadada porque me he enterado que ha hecho testamento a favor de una de sus hermanas".

A los pocos días recibo una comunicación de mi secretaria que me dice que la esposa la ha contactado para pedirle que la llame con urgencia. Lo hago. La esposa me pide que emita un informe según el cual desde antes de 2004, fecha del último testamento, su marido estaba incapacitado para testar. Le explico que eso no es posible, en primer lugar porque yo creo que estaba en perfectas condiciones, y en segundo término porque no es razonable que si la esposa tenía conocimiento de esa incapacidad no la haya planteado hasta el momento de tener conocimiento de un testamento que la desfavorece. Lo acepta.

Pero a mi me queda la inquietud porque he visto problemas parecidos muchas veces con multitud de matices y no pienso que tengamos una regulación jurídica correcta y acorde a los conocimientos científicos actuales. La vida del hombre es un viaje en una noria durante el cual en un primer momento se sube y en otro se baja. Cuando hemos llegado al punto mas bajo el feriante nos dice que nuestro viaje ha terminado y nos ayuda a apearnos del artilugio. Cuando empezamos la subida existe un tiempo en el que todavía estamos demasiado bajo como para tener una buena perspectiva del paisaje. Llega un momento en el que nos elevamos por encima de un determinado nivel y entonces empezamos a tener una idea clara de lo que nos rodea. La visión del paisaje mejora a medida que subimos y alcanza sus mejores momentos en el punto mas alto. Luego empezamos el descenso. La vista sigue siendo buena y se enriquece con la perspectiva que ofrece haberlo visto todo desde la cumbre. Pero cuando seguios bajando y, antes de llegar a la parada, dejamos de ver y empezamos a olvidar.

Si nosotros aceptamos que durante nuestro proceso evolutivo existe un periodo de incapacidad total o parcial (hasta el uso de razón se decía antes, o hasta la mayoría de edad) ¿por qué no pensamos que durante nuestro proceso involutivo, por razones de enfermedad o limitaciones de otro tipo, pueda existir otro periodo de nuestras vidas en el que hayamos perdido "el uso de razón"?. Y, si eso fuera frecuente, ¿por qué no nos preocupamos de detectarlo y lo prevenimos?.

A mis amigos les confieso que los maltratadores de pérsonas débiles, sean estas mujeres, ancianos o niños, que tampoco interesan las diferencias, se dividen en dos categorías. En la categoría mas frecuente se encuadran los hijos de puta; en la otra los dementes. Si un mal nacido, de conducta violenta, ab utero materno, asesina a su compañero a los pocos meses o años de convivencia asesina a su compañera, pertenece a la categoría de los primeros; pero si un ancianito de 80 años, que ha vivido feliz con su compañera durante mas de medio siglo, la apuñala porque cree que se acuesta con el carnicero, se trata de un demente. Y eso se podría prevenir si el anciano fuera objeto de revisiones periódicas "obligatorias", lo que llamo la ITV neurológica.
Del mismo modo que los vehículos de motor, cuando tienen unos años, no pueden circular si no pasan una revisión periódica, los seres humanos deberíamos ser obligados a pasar exámenes periódicos cada cierto tiempo. Por ejemplo, al llegar a una determinada edad, digamos 65 años, todo sujeto candidato a pensión de jubilación, descuentos en museos, transportes, hoteles, y otros, debería tener que presentar un certificado en el que se diga que se ha sometido a una serie de pruebas muy sencillas, que todas pueden practicarse en un total de media hora y que sería las siguientes: agudeza visual, para asegurarse de que no tropieza, se cae, y se rompe una cadera; audición, para evitar que por sordo no le atropelle un coche; depresión, para asegurarse que no se tira por la ventana o hacer volar entero su edificio provocando una explosión de butano; movilidad, para evitar que se pase el día como lo hacen los parkinsonianos, sentados en una silla, con riesgo de tromboflebitis e infecciones; examen minimental, para asegurarnos que no asesine al conyuge o no se case con una persona 30 años mas joven sin medir las consecuencias.

sábado, 11 de octubre de 2008

Arquímides

La semana pasada tuve que dar una conferencia a las asociaciones de pacientes con enfermedades neurodegenerativas con objeto de divulgar entre ellos el tipo de investigación que hacemos en sus distintas patologías. Algunos de mis compañeros hablaron de la situación de cada una de las enfermedades pero a mi me pidieron que hablara de cómo los pacientes y sus familiares pueden contribuir a que se avance en la investigación de los distintos procesos. Les expliqué lo que era obvio, que su contribución podria resumirse en dos aspectos: a) buscar financiación tanto privada como pública para que se les trate bien y se investigue en sus problemas, y b) colaborar con la investigación participando en los estudios que se realicen y donen muestras para favorecer otros.
La conferencia transcurrió dentro de los cauces normales y yo me mantuve siempre dentro de los límites de la ortodoxia pero al finalizar mi última diapositiva me permití la licencia de reivindicar el papel misántropo y un poco cínico del científico, les expliqué que es preferible que investiguemos a que estemos siempre en los medios y les dije que no debían pedirnos que diéramos tantas conferencias ni que apareciéramos tanto en los medios. Y acabé con una frase, que recuerdo de mi juventud, de la que es responsable uno de los existencialistas franceses, no recuerdo si Albert Camús o Jean Paul Sartre, que decía: "El enamorado que ama es mas enamorado que el que lleva cuentas de la rima".
Una semana mas tarde tuve que volver a salir en televisión. Una cadena de cuyo nombre no quiero acordarme estaba haciendo unos reportajes sobre algunas enfermedades y querían mi ayuda para realizar uno sobre Huntington. Pedí a mis amigos de Genética y Psicología que participaran y hablaran de sus temas, envié las cámaras al laboratorio para que vieran los ratones afectos y me dispuse a sentarme en frente de una cámara y a responder a las preguntas.
Lo primero que me molestó fué que me filmaran en un pasillo, sin fondo, en condiciones muy artificiales, fuera de mi ambiente natural. Pero acepté. Lo que no pude tolerar es que me preguntaran por pacientes concretos a los que ellos habían entrevistado. Me negué a hablar de los pacientes si ellos no estaban presentes y hubo que suspender la sesión hasta que vinieron. Y mientras estos llegaban y las cámaras estaban apagadas me acordé de Arquímides, un científico perdedor.
Lo primero que me viene a la cabeza de Arquímides es la versión que contaban los tebeos de mi niñez según la cual el pobre Arquímides era un sujeto que se bañaba en una tina lleva de agua, y de su experiencia deducía que el peso de su cuerpo era igual al volumen del agua que derrramaba y el autor del comic consideraba que también igual al tamaño de la paliza que su mujer le propinaba a escobazos.
Pero además de ser un potencial martir de la escaba conyugal Arquímides sí fue victima de propia independencia y de sus pocas ganas de plegarse al poder cambiante en perjuicio de sus propios intereses. Además de sus teoremas el pobre Arquímides encontró tiempo para fabricar para los soberanos de Siracusa unos espejos que concentraban el calor del sol y achicharraban a los invasores romanos a distancia, y unas palancas que levantaban los trirremes y las destrozaban de manera parecida a como King Kong jugaba con las avionetas.
Cuando, a pesar de todo, los romanos entraron en la ciudad y empezaron la degollina los soldados llevaban una orden estricta: "No hacer daño a Arquímides sino traerle a la presencia de los cónsules para que en el futuro trabaje para nuestras legiones y nos ayude a fabricar ingenios militares". Eso se llama ahora "investigación traslacional" y por lo visto ya se llevaba hace 2300 años. Desde luego no cabe duda de que la mayoría de los investigadores que hasta 1945 trabajaban para los nazis empezaron después de esa época a hacerlo para los americanos.
Pero el pobre Arquímides no quiso saber nada de los romanos. El hombre estaba allí, sentado en la arena, dibujando signos indescifrables, intentando resolver los problemas que le interesaban, indiferente a que fueran los romanos quienes ganaran la batalla, o sus paisanos siracusanos. La patria del científico es la ciencia y, como dijo Eistein, Arquímides quizás pensó que era su raza era la humanidad. De modo que que Arquímides ignoró las ódenes del primer legionario que le exigía que le acompañase y este, desairada la autoridad que le confería su espada, no tuvo ocurrencia mejor que rebanarle el gaznate.
Eso es lo que puede ocurrir a los que no acuden a la llamada de los poderosos, incluyendo los medios.

domingo, 5 de octubre de 2008

Nos miran

Viene a verme una señora de Bilbao con sospecha de demencia. Se trata de una ancianita frágil de 76 años, de piel transparente y ojos claros, que me mira con cautela. Fue a la escuela hasta los 14 años, se casó a los 20, tuvo una única hija a los veintiuno y se quedó viuda a los 39. Ese mismo año la hija cumplió 18 y se vino a Madrid, de donde no se ha movido, a estudiar enfermería. La madre completó su escasa pensión de viudedad con algunos pequeños trabajos como cuidar niños o coser ropa para una fábrica.

Mi paciente empezó a tener problemas de memoria hace 4 o 5 años. Al principio olvidaba fechas, los lugares donde había dejado las cosas; después comenzó a olvidar los nombres de las personas y los ingredientes de las recetas de cocina. También empezó a comer poco. Le encontraron una anemia y una deficiencia de vitamina B12. La trataron y mejoró pero al cabo de uno o dos años la mejoría había desaparecido.

La hija me dice que la madre ha empezado a cambiar sus rutinas diarias, a ser incapaz de realizar tareas que antes consideraba sencillas, a dejar de comer y de arreglarse. Lo que mas le preocupa es que en las últimas semanas ha presentado alteraciones perceptivas.

- “¿Qué quiere decir con eso”, le pregunto.
- “ Mire, doctor, hace unos días no quería cambiarse de ropa en comedor porque estaba la televisión encendida. Creia que el presentador podría verla”.

¡Pobre mujer!. No me refiero a la madre demente sino a la hija enfermera. No sabe la pobrecilla que, efectivamente, nos miran. Se nos meten en nuestras casas y saben no solo todo lo que hacemos sino incluso lo que pensamos. Saben en qué gastamos nuestro dinero, qué programas de televisión vemos. Nos miran continuamente y lo saben todo de nosotros.

El borrador

Hace algún tiempo tuve el honor de reunirme con un grupo de sabios, representantes respectivos de lo mejor de las universidades, centros de investigación y sociedades científicas del país, y de formular una serie de recomendaciones al gobierno con objeto de mejorar las condiciones y los resultados de la investigación científica, desde la biomédica a la física o las matemáticas, en España. La comisión de expertos, en la que yo me sentía como pulpo en un garaje y a la que solo pude llegar por la traidora denuncia de un amigo, tuvo una serie de reuniones, salpicadas de doctas opiniones y sesudos análisis y elaboró una lista de conclusiones y sugerencias que, imagino yo, alguna persona del gobierno estudiaría concienzudamente.

Una de las recomendaciones de la comisión fue que se pusiera fin al caótico sistema de gestión de la investigación en España en el que participan varios institutos que dependen de diversos ministerios amén de las 17 comunidades autónomas, sin contar con que una buena parte de la financiación procede de las comunidades europeas. Se pidió que se creara una agencia de coordinación al mas alto nivel. Es posible que alguno de los presentes creyera conveniente que esa agencia fuera un ministerio, incluso es verosímil que algunos de los participantes se vieran como posibles futuros ministros del ramo – a la mayoría les sobraban méritos y capacidades para ello- aunque ciertamente nadie abogó por el ministerio de nueva creación ni mucho menos se postuló como su titular.

La creación del ministerio de investigación al inicio de la nueva legislatura me sorprendió aunque no puedo decir que me desagradara. A mi me parece que la investigación, que en el fondo de otra cosa no es sino satisfacer la curiosidad que todos sentimos por el mundo que nos rodea – o si lo quieren mas solemne, la búsqueda de la verdad-, es una de las grandes pasiones humanas como el amor o el arte. Quizás en el próximo futuro se cree un “Ministerio del Amor” y de ponga a su frente a un profesional de la materia. Yo pensaba que la coordinación al mas alto nivel que pedía nuestra comisión podría realizarse simplemente reuniendo a los mas altos representantes de todas las agencias que tienen responsabilidades y pidiéndoles que trabajaran juntos. Por ejemplo, podrían tener una ventanilla única para pedir proyectos con formularios y periodos uniformes de solicitud, bases de datos cruzadas, una única agencia de evaluación, etc..

La creación del ministerio de investigación ha producido transferencias de competencias, que antes estaban en algunos ministerios, al recién nacido. En el caso del Ministerio de Sanidad el pobre señor ministro, cuyo crédito principal se debe a la investigación, ha quedado reducido a poco más que a gestor del consumo, mientras la joya de la corona, el Instituto de Salud Carlos III, pasaba al ministerio de investigación. Como quiera que muchos de nosotros hacemos investigación en el contesto de y sin solución de continuidad con otras tareas uno de mis amigos del Instituto Carlos III me explicaba su situación esquizofrénica con la frase de “por la mañana soy funcionario del Sr. Soria, por la tarde de la Sra. Garmendia”.

Yo creo que los políticos, esos expertos gestores que actúan solo por nuestro bien sin dejarse llevar por intrigas ni ambiciones personales, pueden hacer lo que quieran con el reparto de los institutos, que a nosotros nos da lo mismo. Pero al menos deberían unificar el papeleo. En el último mes, como otros muchos compañeros, he tenido que enfrentarme al arduo problema de rellenar memorias de proyectos y he tenido que escribir en múltiples formatos diferentes los distintos elementos del currículo. Alguna de las agencias que me financiaban ha tenido la desfachatez de pedirme el listado de mis conferencias o de las presentaciones que yo mismo o mis múltiples colaboradores hemos hecho en diversos congresos y reuniones científicas. ¡Por los clavos de Cristo!, ¿es que alguien con dos dedos de frente puede pensar que un investigador sesentón puede llevar la cuenta de semejante nadería?. Como mucho llevamos la de las publicaciones y no porque las apuntemos cada vez que aparece una sino porque las podemos buscar en bases de datos de dominio público cuando nos las piden. Eso sí, la forma de presentar las publicaciones cambia si la agencia financiadora es la comunidad de Madrid o la de Castilla León, el Instituto Carlos III o el Ministerio de Industria. De modo que uno se ve forzado a veces a escribir el currículo vitae “estilo Madrid” y a la semana siguiente “estilo Castilla Leon”. ¿Tendrá la Sra. Garmendia piedad de nosotros?. ¿No podría ella, que va a coordinar tanto, unificar los curricula y enviarnos a todos y cada uno de nosotros un “borrador de curriculo”, para que aceptemos o rectifiquemos, igual que hace el Ministerio de Hacienda para la declaración de la renta?. Muchos de nosotros daríamos por bueno lo que nos atribuyeran y todos lo agradeceríamos.

domingo, 20 de abril de 2008

La sociedad decadente

Los seres vivos, igual que las sociedades, nacen, crecen, maduran, decaen y mueren. Y lo que invierte los signos del proceso, tanto en unos como en otros, son los instrumentos que se ponen en marcha para ayudar al individuo o al colectivo a desarrollarse, si estos acaban por hacerse con el control del sujeto y lo matan. Las sociedades ponen en marcha leyes y normas cuya finalidad es ayudar a que la sociedad se desarrolle. El problema ocurre cuando las normas se convierten en absolutos que se sobreponen al objetivo fundamental de los que las crearon: ayudar a que se desarrollen las relaciones entre los miembros. A veces se procede a aplicar formalmente las normas, prescindiendo u oponiendose al espíritu de las mismas. Ese fruto de la decadencia se llama hipocresia.
Hipocresía es la manera de actuar de nuestro sistema sanitario en relación con el aborto terapéutico. Se aprobó una ley restrictiva y llena de temores durante los años de la transición. Se hizo de una manera hipócrita, porque no se quiso reconocer el derecho a la mujer a su propio cuerpo y la ausencia de caracter personal del nasciturus, como buscando pretextos y justificaciones que hubieran sobrado si se hubieran aplicado en puridad los principios éticos de una manera de entender al hombre que no tiene por qué someterse a los conceptos religiosos de una parte de nuestra sociedad, por muy numerosa que haya sido o influyente que todavía sea. Y se aplicó de una manera aún mas mezquina, condenando a la clandestinidad de las clínicas privadas, a las mujeres que ejercieran derechos consagrados por leyes. Otra conducta hipócrita: aceptamos el aborto como un derecho pero no nos responsabilizamos de asegurar que la gente pueda ejercerlo libremente en el sistema público de salud.
Las noticias que nos traen los periódicos sobre mujeres cuyos embriones han sido diagnosticados de graves lesiones en hospitales del sistema público y que, para ejercer su derecho al aborto terapéutico, para ejercer el acto piadoso de ahorrar a un potencial y futuro ser humano la desgracia, la invalidez, la incapacidad, el dolor y la muerte, han tenido que irse al extranjero o a una clínica privada, en la cual han sido objeto de persecución policial, nos hacen pensar que nuestra sociedad no solo ha llegado ha llegado a la hipocresia de ocultar el fondo de las cosas y quedarse en la superficie de las normas sino que también hemos llegado al borde de la decadencia, en el que las normas que nos hemos dado para ayudarnos en nuestra convivencia empiezan a enseñorearse de nosotros y a amargarnos la vida.
Ha llegado el momento de afrontar las cosas como son. Una buena parte de nosotros no compartimos los principios de un determinado grupo religioso-social por muy influeynte que este sea. Pensamos que la vida humana debe ser sagrada. Pero, por eso mismo, estimamos que es mas inviolable la vida de una persona, con capacidad intelectual normal, condenada a muerte por un sistema judicial, de las características que sea, en cualquier país del mundo, que la de un sujeto en estado vegetativo persistente o con un deterioro grave e irreversible de su capacidad para vivir su vida como un ser humano. Y pensamos así, precisamente, porque la primera vida es mas humana. Y opinamos que es mas inmoral arriesgar la vida de las personas, predicando contra los anticonceptivos físicos, en cuya ausencia sabemos que se extiende el SIDA como un fuego, que asola medio mundo, que permitiendo que la gente aborte huevos fecundados cuyo caracter de persona o de ser humano no es real sino solo en potencia.

viernes, 28 de marzo de 2008

La tábula rasa

Nuestro sistema de valores morales, los principios jurídicos que inspiran nuestro derecho y los fundamentos de nuestro sistema judicial se basan en una presunción no demostrada: que el hombre es, en condiciones normales, un ser libre. Es verdad que nuestro derecho considera que, en determinadas condiciones, esa supuesta libertad disminuye o queda por completo abolida por circunstancias excepcionales, que se consideran atenuantes o eximentes, respectivamente, de nuestra responsabilidad personal. Pero esa consideración tiene siempre un carácter excepcional. En condiciones normales el hombre es libre.
Los sistemas penales de todo el mundo consisten en una mezcla de dos elementos cuya proporción relativa es variable. El mas primitivo, y quizás mas extendido, de esos elementos es la venganza, el "ojo por ojo y diente por diente" de la Biblia, el asesinato de los asesinos, asumido por el Estado, como monopolizador de la violencia, que se extiende desde China a los Estados Unidos, por no señalar sino a dos de sus mas eficientes aplicadores, la violación de las mujeres de la familia de los varones que han cometido ofensas sociales, etc.. El segundo elemento, mas roussoniano, es regeneracionista. Considera que el delito es fruto del error y que el delicuente es recuperable y basa la política penitenciaria en la posibilidad de recuperar o rehabilitar al delincuente. Ambos sistemas presuponen el principio básico de que el delincuente es libre y, por tanto, en el primer caso responsable y en el segundo rehabilitable.
Un neurobiólogo americano, Stephen Pinker, ha publicado recientemente un libro de mayor difusión e impacto entre el público letrado pero no especializado que en las audiencias científicas que quizás lo han considerado como "muy americano", una solemnización, en ochocientas páginas, de la obviedad. El libro que, se llama "La tábula rasa", intenta rebatir una serie de principios muy enraizados en la manera de pensar occidental, entre otros el concepto del que saca el título, que se basa en un principio de la filosofía tradicional escolástica según la cual la mente de los sujetos humanos era como una tablilla de cera, de las que se utlizaban para escribir en otras civilizaciones y épocas históricas, en la que no había nada antes del nacimiento de las personas y en la que se podía escribir cualquier cosa. Lo que Pinker pretende demostrar es que la mente de los hombres hay muchas cosas escritas, que de ninguna manera está en blanco. Hay escritas cosas que se transmiten a través de los genes, otras a través del inconsciente colectivo y otras a través de experiencias que tienen lugar en momento cruciales, casi siempre tempranos, de nuestras vidas. Pero hay cosas escritas que no pueden borrarse facilmente y que hay que tener en cuenta.
Si lo que dice Pinker y toda la Neurobiología moderna, en la que Pinker solo se inspira, es verdad, como en términos generales creo, el individuo humano normal no dispondría en situaciones normales de una libertad absoluta sino que estaría condicionados por lo que hay pre-escrito en su mente.
El tratamiento judicial de los crímenes sexuales se basa en los dos principios que hemos mencionado al principio, venganza y esperanza de rehabilitación. Pero si el supuesto de la tabula rasa fuera mentira, si nosotros lleváramos escrito en nuestro cerebro un determinado programa de actuación, la probabilidad de una rehabilitación sería remota y extremadamente improbable.
Los datos que tenemos sobre la frecuencia de reincidencia de los criminales sexuales nos indican que eso es lo que ocurre. Violadores, pederastas y otros sujetos que caen en esos crímenes suelen reincidir, a pesar de largas temporadas en las cárceles, como si todos los intentos de rehabilitación fueran inútiles. De modo que si la sociedad necesita protegerse de esos sujetos lo mas probable es que los intentos de rehabilitación no sean suficientes.
Los avances de la ciencia y de la tecnología, por fortuna, pueden ayudarnos algo. Lamentablemente no poder borrar lo que está escrito en la mente de las personas pero si podemos escribir encima algunas cosas. Podemos tratar a esas personas de manera preventiva y adoptar las medidas necesarias para asegurarnos de que toman el tratamiento.

domingo, 23 de marzo de 2008

La miseria de la exclusividad

El sábado estuvimos en Caixa Forum. Ella dijo que habría unas colas interminables pero yo la convencí de que, si todo el mundo pensaba lo mismo, nadie iría y entraríamos sin esperar. Efectivamente, llovía y hacía frío, y solo tuvimos que esperar cuatro minutos.
El nuevo centro en el eje del Prado añade nuevos incentivos a la oferta cultural del Madrid, que se sitúa entre las primeras del mundo. El edificio es muy bonito. Pero la exposición de los Uffici es de obras de segunda fila, salvo alguna pieza bellísima de Boticelli y de Luca Giordano.
A la salida era la hora de merendar. Ella tiene un diente mas dulce que salado y, además, tiene cuidado de la sal por aquello de la hipertensión. De modo que buscamos, en vano, una cafetería tradicional, en las que uno se sienta sin prisas, de las que abundan en otras ciudades europeas pero que han sido eliminadas en Madrid por el afán de la consumición rápida. Lo único que encontramos, vagamente parecido, fué un Starbucks Coffee en la plaza de Drumen, donde pedimos un par de cafés y un par de gélidas y desangeladas piezas de tartas hechas con menos amor que prisas.
Pero el problema vino a la hora de ir al baño. Me sorprendió que estuviera cerrado pero encontré junto a la puerta un sistema de apertura electrónica que era necesario activar con una clave que figuraba en el tickect de la consumición. Tecleé el número 1111, se abrió la puerta y entré en el baño, donde a medida que vaciaba la vejiga se me iba llenando el corazón de ira. Me puse a pensar qué acto de vandalismo podría yo realizar que pudiera ser una respuesta adecuada a la negación del alivio reglamentario a la pobre gente que lo necesita. Se me ocurrieron un buen monton de posibilidades que iban desde como mínimo atascar el sanitario hasta arrancar de cuajo el lavabo pasando por la opción mas equilibrada de provocar un incendio con el rollo de papel higiénico. Pero me detuve al encontrarme con un muchachito de menos de 140 cm de altura, probablemente ecuatoriano, que tenía una mirada implorante de sensatez porque probablemente el sería el perjudicado inderecto del desahogo de mi ira.
¡Prostáticos del mundo entero, con glándulas de canónigo, del tamaño de una manzana reineta, que orinais cada media hora; diabéticos, tipos I y II, abejas melíferas urinarias, que perdeis calorías por el desagüe; consumidores de diuréticos, multíparas añosas con relajamiento pélvico, flojos de esfínteres, tomadores de laxantes, neuróticos con colon irritable, uníos! ¡Unios y boicotead a esos herejes que no tienen caridad de conceder el alivio a quienes no son sus clientes!

viernes, 21 de marzo de 2008

La demagogia

El Sr. Arias Cañete reúne en su persona elementos típicos tanto de profeta bíblico como de rústico aldeano. Este los primeros la rotundidad y la potencia de su voz, con la que pontifica, y la seguridad absoluta con la que expone ideas no solo inseguras sino inverosímiles. Entre los segundos el rapado “look country” y una cierta tendencia a descender al terreno de las explicaciones menos en la línea de las parábolas que de los chascarrillos de taberna.

El Sr. Arias Cañete acaba de hacer demagogia, un ejercicio de seducción del pueblo con mera palabrería insustancial. Se ha referido a la inmigración como consumidora de recursos sanitarios y ha dejado en el aire, demasiado visible, la sospecha de que ese consumo puede explicar en parte o in toto las deficiencias sanitarias que padecemos. Eso cualifica a cualquiera como demagogo pero cuando se realiza desde solemnidad solo puede considerarse como una solemne estupidez.

Y la razón de esto es que el ejemplo que pone el ex ministro tiene que ver muy poco con el gasto sanitario. Los inmigrantes son gente joven y como tal consumen una minoría, muy por debajo del total que les corresponde, de los recursos sanitarios. Todos los estudios existentes señalan que la utilización de los recursos sanitarios aumenta con la edad, de modo que, cada año, el gasto sanitario típico por personas mayores de 75 años es 6 veces mayor que el de las personas entre los 36 y 45 años de vida; y que el 90 % del gasto sanitario de una persona tiene lugar durante su último año de vida.

De modo que si una mujer de Ecuador llegua a España a los 35 años de edad, trabaja en nuestro país durante 20 años, reúne unos pequeños ahorros, con los que vuelve a su país a la edad de 55, se hace una mamografía anual, al final de su periodo de estancia no solo no ha abusado del sistema sanitario sino que lo ha utilizado muy por debajo de su nivel de cotización. Veamos.

El gasto sanitario medio por habitante y año en España es de unos 1200 €. El Sr. Ex ministro no debe saber que esta cifra es entre un 6 y un 12% inferior a lo que correspondería a España por su nivel de desarrollo y su renta, y tampoco que la Comunidad de Madrid, buque insignia del sistema que propugna es, probablemente la comunidad de España con un presupuesto mas bajo por persona y año. El costo de una mamografía es variable, en función de los beneficios de quien la haga, pero en los Estados Unidos, en los que hay un mercado competitivo en el que las compañías de seguros o el Medicare reembolsan en todo o en parte los gastos, viene a costar entre 100 y 150 $, es decir, entre 70 y 100 €, una duodécima parte del presupuesto sanitario del año.

Muchas de esas personas, que vinieron de Ecuador y se hacen una mamografía al año, están cuidando a nuestros ancianos. Pero, según acabamos de ver, no solo les cuidan sino que también financian su atención sanitaria. Porque, de verdad, donde estamos gastando nuestro dinero es en el cuidado, muchas veces sin esperanza, de pacientes con cáncer terminal, demencia, cardiopatía irreversible y otras, por no hablar de los costes del “ensañamiento terapéutico” al que nos lleva la ética imperante. De modo que a los profetas bíblicos no les vendría mal un poco de vergüenza.

Los nuevos déspotas

Los nuevos déspotas.

Doña Esperanza Aguirre dice que al Dr. Luis Montes, coordinador del Servicio de Urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés hasta el año 2004, le cesaron por pérdida de confianza. El Dr. Montes, mi admirado, aunque solo fuere por su tenacidad y resistencia, Dr. Montes, a quien la Audiencia acaba de liberar de toda culpa y para quien los tribunales han pedido que se le restituya el honor, afirma que a él le cesaron por 400 homicidios. Con todos mis respetos considero que lleva razón Doña Esperanza.

No es que yo piense que el Dr. Montes miente. Simplemente es un hombre honrado y como muchos de su talante piensa que otros lo son. Es cierto que a él le culparon de 400 homicidios. Pero eso no lleva asociado necesariamente la defenestración, al menos en nuestro medio. ¿O no hubo una epidemia de hepatitis en el Hospital Fundación Alcorcón, de graves consecuencias, y los responsables de aquel hospital siguieron como si nada?.

Por lo demás ¿por qué habría de mentir Doña Esperanza?. No es necesario. Su percepción de impunidad le hace pensar que no necesita justificar su decisiones. Si fué elegida democráticamente después de un escándalo monumental en el que dos diputados del partido de la oposición se esfumaron sin rastro, un suceso que hubiera acabado con la carrera de cualquier persona digna, ¿por qué debe preocuparse de dar justificaciones de racionalidad a sus decisiones?. Ella pone y quita según su criterio. Si pudo poner de gerentes de los hospitales madrileños a un buen puñado de políticos perdedores en las elecciones de 2004 ¿por qué no va poder poner y quitar, según el inapelable criterio de su confianza o desconfianza a un pobre coordinador de un servicio de urgencia?.

Por otro lado esa forma de actuar tiene un carácter bastante frecuente en nuestro país sin que pueda atribuirse a un grupo restringido de personas, partidos, ideologías u otras menudencias. Se llama despotismo y se considera connatural al ejercicio del poder. Los elegidos por los ciudadanos consideran que convertirse en déspotas es la consecuencia natural de una victoria electoral. En la época de Cánovas el partido que ganaba las elecciones nombraba entre sus fieles hasta a los peones camineros y dejaba como “cesantes” a los miembros de toda ralea del partido perdedor. Ahora no seleccionamos por sus afinidades políticas a los peones camineros…porque creo que ya no hay peones camineros pero si lo hacemos con muchos puestos de responsabilidad.

Es lo que tiene pertenecer a una sociedad sin organizaciones sociales fuertes. Doña Esperanza Aguirre se considera una persona liberal pero en los Estados Unidos, que es una sociedad muy liberal, si ella hubiera sido la responsable máxima de un estado, su confianza o desconfianza en una persona hubiera importado un bledo para que esa persona desempeñara o no un puesto de responsabilidad.

Simplemente porque en las sociedades civiles fuertes y desarrolladas lo importante no es tener la confianza o desconfianza de los políticos sino la que cada uno es capaz de despertar en los profesionales. En las sociedades liberales fuertes los políticos no se meten en tareas que no son políticas sino profesionales. Aquí, como sigamos así, no sería de sorprender que los políticos acabaran diciéndonos de qué tenemos que diagnosticar y cómo tratar a nuestros pacientes. En realidad esto último ya lo hacen.