sábado, 9 de mayo de 2009

Historia de Carlos

Carlos nació ahora hace 40 años en un pueblo de Zaragoza. Era el séptimo de 7 hermanos, hijos de un matrimonio sano, y su madre lo tuvo en su domicilio, sin atención hospitalaria. El parto fue lento y el niño sufrió de anoxia cerebral. Durante los primeros meses se crió mal, Mamó solo durante un mes, tuvo mucho vómitos y muchas diarreas y no ganaba peso. Empezó a caminar a los 18 meses, a retener la deposición a los siete años y estuvo orinándose mientras dormía hasta los 15. Pero era inteligente y pudo ir a la escuela a su edad, acabar la educación primaria y el bachillero, y matricularse en la escuela de Bellas Artes, donde fue bien hasta el último año. Presentó alguna exposición colectiva de pintura.

Cuando tenía veintitantos años Carlos no salía con chicas, como el resto de sus compañeros de escuela, sino que pasaba mucho tiempo con niños. En algún momento fue acusado de pederastia. Los padres iniciaron una peregrinación de psiquiatras, monjes, sociólogos, frailes y psicólogos pero estas medidas no tuvieron efecto. Hace diez años un psiquiatra propuso tratarle con neurolépticos, para tranquilizarle, y con péptidos que inhiben las hormonas hipotalámicas, para reducir sus impulsos sexuales. En el año 2004 la cabeza de Carlos empezó a desviarse hacia atrás. Al principio era un movimiento lento, casi imperceptible. Poco a poco se convirtió en un espasmo violento. Finalmente llegó a ser un movimiento brutal que giraba la cabeza de tal forma que la cabeza golpeaba contra los hombros y contra la espalda, le producía un intenso dolor y le hacía perder el equilibrio. En uno de esos movimientos las vértebras de la columna cervical chocaron con tal fuerza que escupieron hacia atrás uno de los discos intervertebrales, esa especie de cojinetes que unen las piezas de hueso de la columna y permiten que esta se flexione o extensiones. Cuando eso ocurre, si la hernia del disco es grande, se puede comprimir la médula y se produce una lesión del sistema nervioso. En el caso de Carlos el disco herniado era el C3 por lo que si no se hubiera detenido a tiempo le hubiera producido la muerte.

El caso de Carlos me ha producido una serie de preguntas inquietantes tales como:
¿Es razonable que hace 40 años todavía hubiera partos domiciliarios, sin la debida asistencia sanitaria, en España?.
¿Es razonable tratar a los pederastas con neurolépticos?. No cabe duda de que la sociedad debe protegerse pero ¿es este el método mas eficaz?. ¿Es también el mas respetuoso con los derechos del paciente? ¿Se le pidió permiso para darle ese tratamiento o se realizó la prescripción por iniciativa de un juez, un médico o la familia?.
¿La única manera que nuestra sociedad tiene de evitar que se cometan actos criminales la represión por parte de los representantes del orden? Si así fuera, ¿en qué tipo de civilización vivimos?

viernes, 8 de mayo de 2009

Los desfibriladores

Me llama mi amigo JuanMa Ruiz Liso para pedirme que vaya en Noviembre a dar una conferencia en su Soria. JuanMa es el factotum de la Fundación Caja Rural de Soria y está desarrollando una enorme tarea de promoción de su tierra y de educación sanitaria de su gente. Yo he colaborado con ellos en alguna ocasión y ellos han financiado algunos estudios que hemos realizado en aquellas tierras sobre Parkinson hereditario.

Las conferencias en Soria son deliciosas. Suelen tener lugar en la maravillosa antigua iglesia de la Merced, secularizada y convertida en la estupenda sala Tirso de Molina. La hospitalidad es apabullante y JuanMa suele utilizar un verbo cálido y florido, elogioso con el conferenciante hasta llegar a abrumarle. Si el conferenciante llega con algo de tiempo, puede tener la oportunidad de repasar sus mensajes claves “entre San Polo y San Saturio/donde el Duero traza su curva de ballesta”. Y si se queda a cenar, puede aprovechar ofertas tales como “una tapa (y un vino), un euro” o la magnífica cocina soriana, insuperable en tiempo de setas. Pero lo más maravilloso de todo es el entusiasmo de la audiencia. En un público ávido de conocimiento. Acuden hasta llenar el aula, atienden sin respirar, preguntan todo lo preguntable y convierten al conferenciante en un amigo.

JuanMa me explica que está organizando un ciclo sobre aspectos de la conducta y su efecto como preventivo de las enfermedades. Me pregunta si puedo desarrollar la parte relacionada con las enfermedades neurológicas. Le digo que si, que es un tema que me interesa mucho, y quedamos en que me enviará un mensaje electrónico y concretaremos fechas “en noviembre”. JuanMa sabe de mi pasión por las setas. Le doy las gracias y me despido:
- Desde luego es envidiable la tarea que estas haciendo.
- Bueno, no sabes los últimos proyectos. He convencido a la dirección de la Caja para que pongamos desfibriladores cardiacos en los cajeros automáticos.
- ¿Desfibriladores cardiacos en los cajeros automáticos?.
- Claro, contesta JuanMa, los hay en los estadios, en sitios públicos, pero ¿por qué no ponerlos en sitios que están al alcance de los ciudadanos en sitios donde puedan necesitarlos?.
- Desde luego, le digo, sobre todo es estos tiempos de crisis. Vas al cajero, ves el saldo de tu cuenta bancaria, te da un infarto de miocardio, y allí está el desfibrilador para salvarte la vida. Muy bien pensado.
- ¿Sabes con quien he estado hablando antes de llamarte?.
- Ni idea.
- Con el obispo. ¿Por qué en las iglesias no tiene que haber desfibriladores?. La gente acude a las iglesias para actos que se asocian a veces a grandes emociones, entierros, bodas, comuniones. Hay grandes concentraciones de personas. Tendríamos que considerarlos espacios públicos de gran concentración de personas y, por tanto, de riesgo de arritmia cardiaca.
- La verdad es que no sé si son sitios de concentraciones tan masiva como tu dices, salvo las concentraciones y manifestaciones antiaborto y a favor de la familia cavernaria pero, en todo caso, teniendo en consideración las incendiarias pastorales de los obispos y las apocalípticas homilías de los sacerdotes, no estaría de mas disponer de un fibrilador al lado del confesionario. ¡Que grande eres, JuanMa!.