domingo, 4 de septiembre de 2011

Lamarck y las bellas abuelitas

Hasta hace pocos años todos pensábamos que la herencia estaba determinada a partes iguales por los genes que las nuevas generaciones heredan de sus dos progenitores. Cada uno de nosotros tiene 46 cromosomas, 22 pares de cromosomas no sexuales más un cromosoma X, heredado de la madre y otro cromosoma Y, heredado del padre, en el caso de los niños varones, y dos cromosomas X, heredados uno del padre y otro de la madre, en el caso de las niñas. Según este patrón, la contribución genética de ambos progenitores al carácter de los descendientes era similar y si alguna diferencia había en la influencia de uno de ellos debía atribuirse más bien al diferente peso de los dos progenitores en relación con el proceso educativo de la descendencia.

La especie humana ha evolucionado en los aproximadamente 200.000 años que han transcurrido desde que una abuela nuestra bajó de un árbol en algún lugar cercano a donde los niños de Somalia se mueren ahora de hambre, y se puso a caminar sobre solo las dos piernas, dejando las manos libres para realizar tareas manipulativas. Y no parece arriesgado imaginar que ahora, cuando las máquinas nos liberan de tantas penosas tareas y obligaciones, los humanos podamos seguir evolucionando y desarrollando partes del cerebro que hasta ahora hemos tenido funcionando al ralentí.

La explicación tradicional del resultado neto de la evolución de las especies se basaba has fechas recientes en la aplicación de las leyes de Mendel y de Darwin. Las mutaciones se producen al azar y las consecuencias dependen de muchos factores, entre otros del medio ambiente. Si una mutación en los genes que controlan la pigmentación de la piel produce albinismo en ratones pardos esto puede tener consecuencias variables sobre la supervivencia de los mutantes. Si el terreno donde viven esos animales es pardo los ratones pardos se mimetizaran bien y pasarán desapercibidos para los predadores mientras que el búho se dará un festín de ratones albinos. A largo plazo eso conduce a la extinción de los albinos. Pero si baja la temperatura de la tierra y en ese terreno empieza a nevar mucho y el suelo permanece blanco durante la mayor parte del año los que sobrevivirán serán los albinos mientras los pardos serán aniquilados. De igual manera puede explicarse el color de las razas humanas. La gente que vive en zonas de gran exposición al sol sobrevive mejor si tiene la piel oscura, que permite una mejor defensa contra los rayos solares; pero entre los pobladores de la tierra que habitan las regiones alejadas del ecuador, donde la exposición al sol es escasa, sobrevivirán mejor los que tienen la piel clara porque aprovechan mejor el sol para producir vitamina D.
Todas las civilizaciones, aun sin conocer estas leyes genéticas, han impuesto normas, a veces brutales, en otros casos más sutiles, con el propósito de mejorar la especie. Los espartanos eliminaban a los recién nacidos deformes despeñándolos por el monte Liketos, los nazis esterilizaban o asesinaban a los enfermos mentales. Entre las prácticas de intervención genética más sutiles hay que incluir las relacionadas con la selección de los cónyuges. El judaísmo – y el cristianismo, que hereda su tradición- rechazaba el matrimonio con hermanos. Pero el matrimonio entre hermanos era obligado entre los hijos del faraón. Aún hoy en algunas cultura se fomenta el matrimonio entre familiares, en algunos países como la India o los países musulmanes. Decía el profesor Andrés Sánchez Cascos, el fundador de la genética clínica en España, que el matrimonio entre familiares refuerza los caracteres, los positivos y los negativos; mientras que el matrimonio entre personas no relacionada los diluye. De modo que si yo me caso con una prima mía el riesgo de que nuestros hijos desarrollen algunas enfermedades, para las que pueda existir una predisposición genética en la familia, aumenta. Pero si en nuestra familia hubiera una cierta predisposición para el arte, la música o las matemáticas, la probabilidad de que uno de nuestros hijos esté especialmente dotado para esa disciplina aumenta. En el contexto de las relaciones entre egipcios y judíos en la antigüedad tiene interés que el desarrollo normativo de los pueblos se realiza con carácter empírico, sin conocer las leyes genéticas, pero con el interés de defender los intereses de cada pueblo. Los egipcios, que son un pueblo mayoritario, no temen que la endogamia pueda eliminar a algunos candidatos al trono. Lo que les interesa es que el faraón sea un individuo con especiales aptitudes. Mientras que los hebreos, que son un pueblo minoritario, anatematizan el incesto porque lo que quieren es evitar la aparición de enfermedades que puedan disminuir aún más el tamaño de su población.
La genética clásica no explica por qué las madres tienen mayor influencia que los padres en el desarrollo de los hijos, incluso aunque ambos progenitores participen de forma igualitaria en su cuidado y educación. Pero en los últimos años se han descubierto varios mecanismos que podrían explicar esa mayor importancia de las madres. Estos son el imprinting, la herencia mitocondrial y la epigenética.
El imprinting es el fenómeno por el cual la prole adopta como “madre” al primer ser con el que se encuentra tras el nacimiento. Su importancia fue puesta de manifiesto por Lorenz en las aves, un género en el que los pollitos pueden encontraser de igual manera con el padre o con la madre en el momento de la eclosión del huevo. Como por razones biológicas en los mamíferos esta alternancia de los géneros no se da, el imprintint suele favorecer la influencia de las madres.

Las mitocondrias son los corpúsculos celulares en los que se produce la energía. En los mamíferos la mitad del ADN de los embriones procede del padre y la otra mitad de la madre, excepto en el caso de las mitocondrias, que se heredan solo de la madre. Durante el proceso de fecundación centenares de miles de espermatozoides –al menos eso ocurría hasta hace unos años, antes de que empezaran a darnos para comer todo tipo de porquerías, entre ellas carnes de animales engordados con hormonas, que están convirtiendo a nuestros hijos en azospérmicos- compiten un una loca carrera por ser el primero en alcanzar al óvulo y fecundarlo. El segundo que llegue será el primero que pierda. Los espermatozoides, en el último esfuerzo, para ser más rápidos se desprenden de las mitocondrias. De modo que el embrión solo cuenta con las mitocondrias de la madre y, podría decirse, la capacidad de producir energía en las células depende sobre todo de la de la madre.

La epigenética es el conjunto de cambios moleculares que afectan al ADN después de que las células del embrión se hayan formado. En las células en división el ADN se encuentra desplegado de tal manera que con facilidad se pueda realizar su división entre las células hijas y su duplicación subsiguiente. En las células que no se dividen el ADN se encuentra empaquetado en pequeños depósitos que están protegidos por unas proteínas que se llaman histonas. La unión entre ADN e histonas es variable en función de una serie de procesos de metilación y acetilación que pueden cambiar el grado de transcripción de las proteínas codificadas por los genes. El grado de metilación o acetilación puede cambiar la transcripción y los niveles celulares de una determinada proteína. Imaginemos que se trata de una proteína implicada en un proceso que se llama la potenciación a largo plazo, que juega un papel en la memoria; o de otra que funciona como un receptor de un neurotransmisor clave para la percepción de sonidos musicales. El grado de metilación o de acetilación podría cambiar los niveles de las proteínas mencionadas y, eventualmente, el grado de memoria o la capacidad de reconocimiento de notas musicales, lo que vulgarmente llamamos un buen oído.

Los cambios epigenéticos –metilación o acetilación- se pueden producir como consecuencia de múltiples productos químicos, alimentos e incluso como consecuencia de la conducta humana. Hace poco se ha visto que se puede desarrollar en determinadas ratitas jóvenes determinados aspectos de la memoria y que esas adquisiciones pueden transmitirse a la siguiente generación. Esta transmisión solo tiene lugar a través de las madres, no a través de los padres. Esto es revolucionario, hasta ahora no sabíamos que una cualidad adquirida por el entrenamiento pudiera transmitirse de forma hereditaria. Los principios teóricos sobre los que se basa la biología evolutiva son darwinianos. Las mutaciones se producen al azar y se transmiten a las generaciones siguientes con impacto imprevisible según el medio en que ocurran y las cualidades adquiridas durante la vida no son heredables. La epigenética ha reivindicado al denostado lamarkismo.

Jean Baptiste Lamarck fue un biólogo francés de finales del siglo XVIII y principios del XIX, quien postuló que las cualidades adquiridas podían transmitirse a la prole. Sus teorías fueron rechazadas en favor de las ya mencionadas de Charles Darwin en todo el mundo…en todo el mundo, salvo en la extinta Unión Soviética. Lamarck reinó en Rusia durante la segunda mitad del siglo XX bajo la protección de un científico muy influyente, y apoyado por el régimen, Lisenko, presidente de la Academia de Ciencias de la URSS y auténtico inquisidor general del régimen. Al régimen soviético, como a todos los mesianismos, le parecía muy deseable que la especie humana pudiera evolucionar en una dirección determinada como resultado de la voluntad y no como mero fruto del azar y en ese sentido las hipótesis científicas que apoyaban ese tipo de posturas lamarkistas fueron favorecidas en prejuicio de aquellas otras puramente darwinianas.

Ustedes me preguntarán cómo es posible que la ciencia no se atenga a datos objetivos en lugar de guiarse por prejuicios ideológicos. La verdad es que no sabemos por qué la ciencia es infiel a sus principios de objetividad pero es un hecho que en muchas ocasiones antepone ideología a la realidad. Y castiga a los discrepantes. A veces, simplemente, apartándoles del centro de la escena; en otros casos, como fue en el caso de los científicos discrepantes de la Unión Soviética, enviándoles a los campos de trabajo de Siberia. Es verdad que la enemistad con Lisenko no tenía las mismas repercusiones que el “odio teológico”, el que se tenían los rivales doctrinales de la iglesia católica, expresión insuperada e insuperable de la inquina humana, que por una menudencia doctrinal discrepante torturaban hasta la muerte y quemaban al rival intelectual, o le desenterraban para quemar sus restos, si no había habido la oportunidad de hacerlo en vida. Pero podía suponer el final de una carrera y una larga temporada de “descanso” en el bosque siberiano. Y, he aquí, que la epigenética viene a dar un punto de apoyo intelectual a Lisenko. De modo que hemos descubierto algunos mecanismos moleculares por los que podemos explicar por qué las mujeres pueden tener un papel más importante que los varones en la transmisión de caracteres a los hijos y algunos elementos que sugieren que caracteres adquiridos puedan ser heredados.

Es evidente que en esa transmisión matrilineal las madres deberían ser el elemento fundamental pero nuestra sociedad no está organizada de manera que las madres dispongan de muchas oportunidades para educar a sus hijos. No es poco que les críen y que se ocupen de todos elementos necesarios para su desarrollo. Muchas mujeres en edad de ser madres tienen que ocuparse de los hijos, de la casa, de la familia, de su relación de pareja, de su carrera profesional. No tienen tiempo de preocuparse de mejorar la especie, es bastante con lograr que sobreviva. Pero las abuelas si pueden hacerlo. Ya han perdido el acné juvenil y los ciclos menstruales y sus correspondientes alteraciones cíclicas del carácter; han redondeado su senos, vientres y caderas (fat is beatiful, when in proper places) pero están estupendas, tienen el humor y la ilusión necesarias y todo el tiempo del mundo.

Son esas bellas abuelitas, esas babushkas occidentales, las que van a conseguir que nuestros nietos sean más creativos y divertidos, más valientes y generosos; son las que van a enseñarles que el hombre puede ser el peor animal de rapiña, cuando tiene miedo, pero también el más heroico y altruista. Son las que pueden hacer que las generaciones futuras acaben con anticuallas asesinas tales como raza, religión o nacionalidad; las que pueden introducirles por los caminos de la hermandad universal, del arte y de la ciencia. Y así, poco a poco, generación a generación, conseguir una especie mejor. Gracias a las bellas abuelitas nuestros nietos volverán a subir al árbol…para coger la luna. ¡Vivan Lamarck y las bellas abuelitas!