martes, 4 de junio de 2013

El retorno de la Inquisición

La Inquisición no solo procesaba a los supuestos herejes sino también a terceras personas que tuvieran sospechas sobre la ortodoxia de sus vecinos y no les denunciaran. De modo que la neutralidad era imposible. O estás conmigo al 100% o estás muerto. Comenté hace unos días el despido de mi mujer, y otros 699 profesionales, recurrido ante los tribunales y, por tanto, no definitivo. Y también hablé del intento de suplantarla como investigador principal de sus proyectos financiados. Pues bien, hay todavía algo más repugnante, el intento de enfrentarla a sus colaboradores, en este caso concreto a una persona que lleva trabajando con nosotros más de 25 años; que ha publicado con nosotros 49 trabajos científicos en este tiempo; que la conocimos cuando era una recién licenciada en busca de un programa de doctorado y ha realizado bajo nuestra dirección el doctorado, el postdoc, muchos años de trabajo como técnico y, finalmente, como técnico titulado superior. Y cuando esa persona con quien nos unen tantas cosas, profesionales y personales, se niega a firmar un documento que pretende arrebatar a su mentora de toda la vida el control de sus propias actividades científicas y el de sus propios proyectos se la amenaza de forma grosera: “Si no firmas, atente a las consecuencias”. ¡Vivan las caenas!. La Inquisición es, posiblemente, uno de los monumentos más notables al odio humano. En general se admite que la intensidad de la inquina tiene cuatro grados. La más suave es la que se siente por el adversario; peor, la que se dedica al enemigo. Alcanza grados insoportables el odio que se profesa a los compañeros de partido. Y supera todo lo imaginable en el caso del “odio teológico”, en el que no solo se pretende eliminar al compañero de religión que discrepa de nosotros por la presencia o ausencia de una conjunción o una coma. En este caso, por tan grave delito, se condena al perdedor al desentierro de sus huesos para quemarlos y se intenta continuar el horneado durante toda la eternidad en el infierno. Ese es el odio que parecen tenernos nuestros directivos. Primero nos hacen la vida imposible. Después nos despiden de forma arbitraria. Luego intentan deprivarnos de las subvenciones, recursos y ayudas que nos han concedido durante nuestra vida y en premio a nuestro trabajo. Y por último, pretenden enfrentarnos a nuestros discípulos y amigos. Hay que ser muy mediocre para odiar tanto.

domingo, 2 de junio de 2013

El robo de las ideas

A mi mujer la han despedido, como a otros 700 profesionales de la salud de la comunidad de Madrid que habían cumplido los 65 años. Me da vergüenza decirlo, pero estoy encantado. Por primera vez, en 42 años, podemos desayunar juntos o escaparnos a la Pedriza cualquier día de primavera, cuando no hay nadie. Quizás en el fondo de mi escrito irónico “Viva Lasquetty” late un pequeño motivo de agradecimiento porque por primera vez y gracias a la torpeza del consejero no tengo que compartir a mi mujer con la ciencia. Lo que quizás no me gusta tanto es que la han humillado. O al menos lo han pretendido. ¿Por qué despedir a una mujer muy prestigiosas, que no ha hecho nunca daño a nadie, que ha contribuido de forma protagonista a la innovación investigadora del departamento en el que trabaja, que ha formado a una gran cantidad de científicos jóvenes, que continúa con una productividad científica sobresaliente y que trae a la institución que la cobijaba hasta hace 15 días una cantidad de dinero en equipamiento, proyectos de investigación, contratos de investigadres y acuerdos de investigación que alcanza cifras muy superiores al sueldo que ella recibe? Despedir a quien te da de comer es estúpido y las gentes que cometen estupideces no humillan; en todo caso producen lástima. Pero lo más sorprendente de todo es que han pretendido robarle las ideas. Bueno, al menos esa parte de las ideas que puede figurar en una cuenta bancaria. Mi mujer dispone de fondos de investigación para financiar sus proyectos durante al menos tres años. Esos fondos fueron conseguidos en distintas convocatorias, muy competitiva, durante los últimos años. El gerente firmó el visto bueno para que mi mujer pidiera esos proyectos y se comprometió con su firma a que fuera posible desarrollarlos. Ahora quieren, a escondidas, que otra persona la sustituya como investigador principal de esos proyectos. Un investigador tiene unas ideas, las somete a revisión de sus colegas, consigue financiación pública para desarrollarlas y el gerente garantiza el desarrollo del proyecto. Pero luego el gerente echa al profesional y pide a otro, un colaborador que se siente amenazado, que le sustituya y le robe las ideas…y, sobre todo, la cartera. De modo que si los tribunales de justicia dicen que no se pueden cambiar los derechos reconocidos de una persona y que, por tanto, a aquellos profesionales a los que se les reconoció capacidad para continuar con el desarrollo de su profesión hasta los 70 años no pueden ser despedidos con carácter retroactivo a los 65 las instituciones sanitarias tendrán que readmitir o indemnizar a los despedidos. Pero a aquellos que se les quiten los medios para desarrollar sus ideas se les infiere un daño adicional. Se les roba el producto de su pensamiento. En Estados Unidos los investigadores principales de los proyectos de investigación son los titulares de los mismos de modo que cuando cambian de universidad llevan consigo sus proyectos. Cualquier institución que se precie intenta hacer todo lo posible por retener investigadores valiosos, porque si se van, la universidad que los pierde pierde recursos. En España si consentimos que los beneficiarios de los proyectos sean las instituciones y no los científicos atamos a estos a sus centros de trabajo pues cambiar de institución sin llevarse los proyectos supone un largo periodo de esterilidad científica. Quizás esto sea una de las causas de la perversa continuidad laboral de los científicos en el mismo instituto que muchas veces les lleva al empobrecimiento.