martes, 12 de septiembre de 2017

Cataluña y Euskadi. Dos modelos distintos.

Soy un castellano con un abuelo catalán, y estoy casado con una castellana con una abuela vasca. Y me encuentro entre los que piensan que, en pleno siglo XXI, parece absurdo intentar reventar países, con unos planteamientos teóricos propios del siglo XIX, que presentan una cierta estabilidad y embarcarse en procesos que todos sabemos que van a acabar mal y muchos pensamos que muy mal. Tengo muchos amigos y colegas procedentes de la antigua Yugoslavia. Hace treinta años nadie pensaba que en ese país culto, en el que la gente convivía con sus vecinos de otra lengua u otra religión sin problemas, fuera a desencadenarse una carnicería. Y, sin embargo, llegó la locura y fue imposible pararla. Tampoco nadie pensaba en 1991 que Rusia y Ucrania, dos países unidos desde hace 4 siglos, fueran a separarse y mucho menos a enzarzarse en una guerra. Pero esos países lo hicieron y, ahora, nadie puede decir cómo van a acabar. Considero al País Vasco como una parte de España, poblado por iberos, con características genéticas idénticas a las del resto de la población española, cuya diferencia con el resto del país es que no fue colonizado por los romanos. El pobre Pompeyo no pudo pasar en el llano más allá de la ciudad que fundó y a la que dio su nombre, Pamplona, y dejó sin ilustrar los valles entre las montañas y sin verter en ellos el derecho romano. Donde no entró el derecho romano, ya se sabe, los confilctos se resuelven a hostias. No sabemos hasta donde se extendía el territorio vasco en tiempo de los romanos pero hay que pensar que por lo menos hasta la actual Cataluña. Por algo el valle de Aran se llama así, haciendo honor al pleonasmo: El valle “Valle”. Y considero a Cataluña como una parte de España, poblada por iberos, con características genéticas idénticas a las del resto de la población española, cuya diferencia con el resto del país es que no fue colonizado por los árabes. Los catalanes no sufrieron, nidisfrutaron, de varias oleadas de invasores que venían de lugares lejanos, de Siria, de Arabia, de los bordes del desierto. E igual que la mayoría de los países europeos en los que no ha habido entrecruzamiento de razas, esos pueblos tienen una cierta tendencia a sentirse supremacistas. Las comunidades supremacista suelen imponer sus puntos de vista de dosmaneras diferente según se encuentren en posiciones de fuerza o de debilidad. Cuando están en condiciones de fuerza utilizan la "rauxa" de los almogávares; cuando se encuentran en posiciones de debilidad, "jugant a la puta i a la ramoneta". Cataluña y el País Vasco fueron zonas de amplia implantación carlista, en el momento inmediatamente anterior a la puesta en marcha de sus procesos nacionalistas. De modo que no es absurdo pensar que lo que existe en el comienzo de estos dos nacionalismos es, esencialmente, una ideología antiliberal, poco dispuesta a aceptar las conquistas de la Revolución Francesa. Muchos españoles ilustres han reflexionado sobre el problema de los nacionalismos. Las reflexiones de algunos de ellos, pensadores, políticos, etc., están matizadas por sus teorías sobre la sociedad o sus ideologías. Don Santiago Ramón y Cajal, que era un nacionalista español pero no se dejaba coaccionar por influencias de partidos o grupos de poder, pensaba que en ambos procesos nacionalistas jugaba un papel protagonista la iglesia católica, empeñada en combatir las ideas de la Revolución Francesa a cualquier precio. Don Santiago era pesimista. Con los catalanes, habida cuenta de su tradición de pactismo, pensaba que podría llegarse a algunos acuerdos. Pero, en relación con el País Vasco, al que llamaba, “el feudo vaticanista” pensaba que no había solución posible. Que los legionarios de Pompeyo no pasaran de Pamplona tuvo una repercusión para Euskadi. Allí no llegó el derecho romano. Y, donde no llega el derecho romano, los problemas se resuelven a tortazos. Que los caballeros de Carlomagno no permitieran a los soldados árabes quedarse al sureste del Pirineo implica que en Cataluña no existió la convivencia multi-racial que ocurrió en Castilla durante 8 siglos. De modo que los catalanes son “los nostres, los de casa” y no los “mil leches” de los que está lleno el país. Sin esto, no podría entenderse las declaraciones xenófobas de una ilustre “mestresa” o madre superiora catalana. Todos pensábamos que el problema del nacionalismo sería peor en el País Vasco que en Cataluña. Y, sin embargo, ha ocurrido lo contrario. Debe ser que aprender el derecho romano es más fácil que sacudirse la xenofobia.

lunes, 1 de mayo de 2017

Expertos en privatizar

Hace unos días mis antiguos pacientes y ahora amigos con enfermedad de Parkinson me dieron un premio, quizás porque, hace muchos años, yo jugué un papel en la puesta en marcha de su asociación. Cuando llegué la sitio donde se celebraba la reunión me encontré a muchos antiguos pacientes y sus familiares que me acogieron con mucho cariño y alguno de ellos con el reproche afectuoso de “por qué les había abandonado” al jubilarme. En especial me emocionaron las quejas de Lola, esposa de uno de mis antiguos pacientes, ya fallecido. El esposo de Lola era miembro de una familia chiita, del sur del Líbano, con enfermedad de Parkinson familiar y tuvo la amabilidad de concederme la hospitalidad de su familia en su país para que yo pudiera examinar a sus familiares enfermos y obtener sangre de ellos, mientras el ejército israelí nos bombardeaba, con objeto de determinar , como hicimos, el trastorno molecular que causaba su enfermedad. Después, cuando tuve que dar las gracias por el premio, les dije que yo no les había abandonado. Simplemente, a finales de 2012 el gobierno de la Comunidad de Madrid revocó de manera unilateral las prórrogas que nos había concedido a muchos profesionales de la sanidad madrileña y el día 30 de abril de 2013 mandó a la jubilación a más de 700 de esos profesionales. Mis palabras no gustaron ni a la señora viceconsejera de asuntos sociales ni al señor de sanidad de la Comunidad de Madrid, ambos presentes en el acto. La primera señaló que las jubilaciones habían sido el resultado de un precepto legal, afirmación que no tiene que ver nada con lo que ocurrió puesto que la decisión de jubilar o mantener fue de carácter selectivo y arbitrario. Y el segundo sugirió que mi relato solo obedecía a su presencia. Con todos mis respetos, y sin pretender infravalorarlo, mis palabras tenían por destino a mis pacientes y sus familiares. Es difícil encontrar una justificación razonable para esa medida tan radical y tan arbitraria. Es verdad que la mayoría de los jubilados forzosos teníamos los sueldos más altos de nuestros compañeros, en muchos casos por antigüedad y en otros, además, por jerarquía. Y también es posible que algunos de los cesados hubieran entrado en una edad de declive de rendimiento profesional. Pero también es indiscutible que muchos de nosotros estábamos en la cumbre de nuestra carrera profesional, dirigíamos equipos de investigación muy productivos y éramos reconocidos a nivel internacional. Y lo que de ninguna forma parece razonable es la masividad de la medida que afectó de golpe a ese número tan grande de personas. Decidir sobre la jubilación de profesionales de alta cualificación no es un asunto fácil. A muchos de nosotros nos cuesta tomar la decisión de abandonar puestos de trabajo que en muchos casos van asociados a posiciones de prestigio o de poder. Por esto, sería muy importante que cuando llegamos a cierta edad se nos permitiera una transición gradual, en todo caso de acuerdo con una evaluación objetiva e imparcial de cada caso. Dejar esa decisión en manos del gerente de cada hospital o de la consejería de Sanidad es muy peligroso. Se deja la decisión en manos de las emociones y de los intereses. Se puede decidir en función del corporativismo, de la simpatía, del presupuesto y de otros elementos poco racionales. Sería preferible encargar esa tarea a una agencia objetiva e independiente de evaluación. Una especie de ANECA o algo parecido. En algún momento, en los meses siguientes a la jubilación masiva de la que he hablado más arriba se especuló con la idea de que ese atropello masivo de profesionales (y de usuarios, por supuesto) de la sanidad madrileña se especuló con la idea de que la expulsión de los más de 700 profesionales, la mayoría de ellos de grandes hospitales universitarios, tenía por objeto vaciar estos centros para ocupar esas plazas con otros profesionales más jóvenes procedentes de hospitales más pequeños cuya gestión se quería transferir a empresas privadas. Este proceso fue abortado por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid que consideró que el proyecto de privatización no era de ley. Ayer cayó en mis manos un reportaje periodístico en el que se decía que el expresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, actualmente preso en la cárcel de Soto del Real, se había ofrecido como asesor a un grupo de financieros árabes que pretendían poner en marcha un programa de privatización sanitaria en Egipto. Desde luego, alguna experiencia tiene: la de entrar como un caballo en una cacharrería.

miércoles, 5 de abril de 2017

Reflexiones del bicentenario de la enfermedad de Parkinson

Este año de 2017 se celebra el segundo centenario de la descripción de la enfermedad de Parkinson en una monografía publicada en Londres por este irreverente médico inglés, James Parkinson, una personalidad fascinante, médico de cabecera, paleontólogo y autor de un libro de referencia sobre fósiles, redactor de folletos sobre la situación de las clases obreras en su país y en su tiempo, motivo por el cual estuvo a punto de ser detenido y enviado como un delincuente común a Australia, la gran prisión ultramarina de la Inglaterra. Precisamente, el hecho de que la enfermedad de Parkinson se describiera a principios del siglo XIX, y no antes, (aunque existen numerosos casos previos de enfermedad que no fueron reconocidos en vida) ha hecho pensar a muchos investigadores que la causa de la misma debería estar relacionada con algún fenómeno natural o con algún acontecimiento histórico. Y entre estos, el acontecimiento más importante que tuvo lugar en los años precedentes a la descripción fue la revolución industrial. Por esto, algunos investigadores de esta enfermedad dieron en pensar que la enfermedad de Parkinson debería estar relacionada con algún producto tóxico relacionado con la industrialización. Hoy día sabemos que la enfermedad de Parkinson se produce por diversas causas, en algunos casos por trastornos genéticos que se transmiten de acuerdo a las leyes de la herencia mendeliana y en otros casos por una mezcla variable de factores de riesgo genéticos y agentes ambientales. El progreso de nuestros conocimientos sobre la enfermedad de Parkinson durante el último siglo y los avances en el tratamiento de esta enfermedad en el último medio siglo ha sido enorme y sin comparación con lo ocurrido con cualquier otra enfermedad neurodegenerativa. Alguno de estos avances incluyen los siguientes hitos: 1) el descubrimiento de las causas de la enfermedad debidas a causas infecciosas en los años 20; 2) la identificación del sistema dopaminérgico nigro-estriatal como lugar de la lesión en los años 50; 3) el descubrimiento del efecto beneficioso de la cirugía estéreo-táxica, en los años 50, mejorada desde el punto de vista técnico por avances ocurridos a partir de los 90; 4) descubrimiento de la eficacia terapéutica de la L-DOPA y sus distintas formulaciones, a partir de los años 60; 5) la llegada de nuevos fármacos, como los agonistas dopaminérgicos y los inhibidores de la mono-amino-oxidasa a partir de los años 70. Sin embargo, a pesar de todos los avances, la mayoría de los pacientes que llevan varios años de tratamiento presentan fluctuaciones de la respuesta terapéutica asociadas a disquinesias y una buena parte de los que han sido tratados con agonistas dopaminérgicos sufren trastornos psiquiátricos que hemos dado en llamar trastornos del control de impulsos. Y, lo peor de todo, es que estas complicaciones del tratamiento son difíciles de controlar cuando ya han aparecido y que las que existen para las fluctuaciones y disquinesias tienen un efecto parcial y un coste prohibitivo. Ni los sistemas sanitarios de los países mas ricos pueden pagar los precios que piden las multinacionales del medicamento o la biotecnología y por otra parte, deberíamos preguntarnos si para dar movilidad a una persona una hora o dos horas mas al día está justificado gastar cantidades de dinero con las que se podrían salvar centenares o millares de vidas en el tercer mundo que se pierden por enfermedades curables o por simples medidas higiénicas como depurar las aguas. En los últimos años dos tipos de ideas muy potentes han surgido de la investigación sobre esta enfermedad. Una de ellas propone que la enfermedad de Parkinson no se limita a una serie de trastornos motores, que son la faceta más característica de la enfermedad, sino que incluye una serie de anomalías de función que empiezan en el tubo digestivo y en estructuras cerebrales que intervienen en la función digestiva, en la olfacción, el control de la tensión arterial y del estado de ánimo, y que terminan en amplias zonas del sistema nervioso con el resultado clínico de trastornos de las funciones mentales superiores en los pacientes que sufren la enfermedad durante muchos años. La segunda idea novedosa es que los pacientes con enfermedad de Parkinson, antes de desarrollar los síntomas característicos de la enfermedad, presentan un determinado tipo de comportamiento, que hemos dado en llamar, personalidad pre-mórbida. La identificación de los sujetos con riesgo genético alto de padecer esta enfermedad podría conducir a proteger a esos sujetos. Puesto que el tubo digestivo parece el sitio donde empieza la enfermedad sería importante investigar los elementos que desde el tubo digestivo puede desencadenar la enfermedad. Estos elementos pueden clasificarse en tres tipos: a) tóxicos que se absorben a través del tubo digestivo; b) alimentos que pueden aumentar o disminuir el riesgo de esa enfermedad, y c) bacterias y virus que colonizan el tubo digestivo y pueden, desde allí, pasar al tubo digestivo, o bien producir los productos tóxicos a lo que nos hemos referido. Y, de todo esto, ¿qué podemos decir a los pacientes? Desgraciadamente, todavía no podemos curar la enfermedad aunque estamos empezando a utilizar tratamientos que intentan eso. Estos tratamientos persiguen disminuir los niveles y los efectos de la α-sinucleína, la proteína responsable de la producción de esta enfermedad. Existen distintas formas de conseguir esto: con anticuerpos, con terapia génica, etc. Pero tenemos que esperar para ver los resultados. Y mientras tanto, parece acumularse la evidencia de que podríamos hacer que la enfermedad frene su progreso con técnicas sencillas al alcance de todo el mundo. Evitar el estrés, hacer ejercicio físico, mantenerse estimulado social e intelectualmente. Como muchos de nosotros hemos dicho: por el momento, para frenar la progresión de la enfermedad, lo más importante es tener una estupenda familia. Algunos, al leer el último párrafo, pensarán que para este viaje no hacían falta esas alforjas. Y, sin embargo, esa es la forma habitual de avanzar la medicina. Los factores sociales son más importantes que los tratamientos médicos. El número de muertos por tuberculosis en Nueva York disminuyó más entre 1930 y 1950 que entre 1950 y 1970. En el primero de estos periodos el responsable de la mejoría fue el plan del Presidente Roosevelt para sacar de la pobreza a la gente a la que había hundido la gran depresión de 1929: subidas de sueldos, casas sociales baratas, etc. En el segundo periodo el gran avance fue el descubrimiento de la estreptomicina. Lo mismo pasó con el SIDA. Maravillosos los antiretrovirales pero lo que ha bajado la prevalencia de la enfermedad fue el reparto gratuito de jeringuillas y el uso generalizado de condones. Geniales los avances en la lucha contra el cáncer y contra las enfermedades cardio-vasculares. Pero ahora, después de tanta investigación y tantos fármacos que los gurús de estas enfermedades recomiendan es: control de la tensión arterial, evitar el tabaco, pérdida de peso, hacer ejercicio físico y llevar una vida lo más agradable posible. Carpe diem… Justo García de Yébenes

martes, 2 de agosto de 2016

Democracia y suma algebraica

Hace algunos días leí en algún periódico que los referenda solo deben utilizarse en determinadas circunstancias y bajo determinadas condiciones porque de otro modo se pervierte su significado. Por ejemplo, el articulista decía que no puede someterse a referéndum una cuestión tan complicada como la permanencia o la salida de Europa de un país porque es un tema tan complejo que la mayoría de los ciudadanos votan por motivos emocionales más que por razonamientos complejos. También decía el autor que los referenda solo pueden plantearse en sociedades muy simples, en las que todo el mundo se conoce, como un pueblo pequeño o una comunidad sencilla. Cuando la sociedad es compleja es difícil conocer lo que se esconde debajo de las motivaciones de otros. Sin embargo, existe una cierta tendencia a santificar las formas de democracia directa y a justificar cualquier disparate o decisión de carácter catastrófico que se derive de un referéndum sobre la base de que es democracia y la democracia se santifica en base a su origen en la Grecia clásica. Bueno, los griegos hicieron muchas cosas buenas y una de ellas fue la democracia pero no se puede decir que esta esté libre de problemas y limitaciones. Para empezar, la ejecución de Sócrates no fue el resultado de la decisión de un tirano sino el producto de una decisión “democrática” de la muy ilustrada Atenas. Quizás sería interesante recordar cómo sucedieron las cosas en el caso de Sócrates. Atenas acababa de salir de una etapa de gobierno “oligárquico” y se encontraba bajo un régimen democrático. En esa circunstancia cualquier ciudadano podía reclamar contra otro ante una asamblea de 500 ciudadanos elegidos entre los hombre libres. El acusador y el acusado tenían la posibilidad de hablar ante la asamblea y exponer sus puntos de vista. A continuación se votaba la culpabilidad o la inocencia. Si el acusado era declarado inocente se le daba la oportunidad de acusar al acusador. Si era declarado culpable había que fijar la pena. El acusador proponía una pena y el acusado, otra, y la asamblea volvía a votar con cuál de ellas se le castigaba. El acusador de Sócrates fue Anito, un ateniente rico que se había afiliado al partido democrático. La acusación se hizo en base a dos cargos, ateísmo y corrupción de menores. En aquellos tiempos la corrupción de menores no tenía nada que ver con abusos sexuales o algo parecido, sino con la manía que tenía Sócrates de acostumbrar a sus discípulos a poner en duda las creencias más habituales de sus compatriotas. Sócrates defendió su conducta y la votación estuvo a punto de resultarle favorable, 275 votos culpable, 225 inocente. Ahora tocaba aprobar la pena. Anito pidió muerte. Los amigos de Sócrates le sugirieron que pidiera una pena menor, una multa o destierro por un tiempo corto, convencidos de que todos los que habían votado inocente y una buena parte de los se habían inclinado por culpable votarían esa pena menor. Pero Sócrates dijo que lo que él había hecho no era digno de castigo sino de premio y que proponía ser tratado con los mismos honores (y con las mismas subvenciones) con las que la ciudad premiaba a los campeones olímpicos. Y, claro, los “demócratas” pensaron que Sócrates era un provocador y se lo cepillaron. La democracia griega no solo aportó el voto popular sino otras costumbres, una de ellas, el ostracismo. Este es una herramienta muy útil para eliminar a personas que plantean problemas aunque no sean culpables. Cuando uno de sus conciudadanos era un incordio, insisto, aunque no fuera culpable, era sometido a una votación en la que cada ciudadano metía en un saco una almeja, blanca o negra. Si el recuento mostraba más almejas negras que blancas el incordio se iba al destierro. Quizás en este momento no sea muy práctico organizar unas elecciones en las que los votantes metan en las urnas almejas en lugar de papeletas. Pero si que podrían organizarse comicios en los que los votantes, en lugar de utilizar votos positivos puedan hacerlo con negativos. ¿Cómo podría funcionar eso? El sistema se basa en el hecho de que en ocasiones ninguno de los candidatos nos fascina terriblemente pero sí que hay alguno que nos parece especialmente odioso. En ese caso, en lugar de votar a favor de alguien que no me convence del todo, podría votar en contra de alguien que me parece horrible. Mi voto negativo supondría restar un voto de los que logre ese candidato. Es decir, un candidato o un partido alcanzaría la suma algebraica de los votos que recibe, es decir el total de los votos a favor menos los votos en contra. Sería más divertido.

sábado, 18 de junio de 2016

Visibilidad y beneficio

Visibilidad y beneficio Acaban de aceptarnos una publicación científica que hemos realizado en buena medida durante nuestra estancia en Ecuador. Hemos usado unos programas disponibles en los teléfonos móviles para medir de forma objetiva la velocidad y la regularidad de los movimientos de los pacientes con enfermedad de Parkinson. Nuestro trabajo no va a cambiar los paradigmas básicos de la ciencia biomédica en el mundo pero supone una modesta contribución que puede facilitar la accesibilidad de los pacientes y el trabajo de los médicos. En Ecuador, donde hay menos de un neurólogo por cada 100000 personas de población muchos pacientes tienen que conducir muchas horas para ser vistos por un especialista. Con nuestro sistema los pacientes pueden hacer sus pruebas en casa y el médico ubicado en otro sitio puede mirar los resultados en cualquier otro momento. Nos hubiera gustado que nuestro trabajo estuviera a disposición de cualquier persona interesada. Al fin y al cabo hemos distribuido el software de forma gratuita porque lo que de verdad queremos es que se use. Pero la revista nos dice que si queremos que los lectores tengan acceso libre debemos pagar una factura de 3000 €. El trabajo lo hemos hecho dos profesionales españoles jubilados, un grupo de profesionales ecuatorianos con menos dinero que alguien que sale de una piscina y una pequeña empresa española que no obtiene ningún beneficio. No podemos pagar ese dinero pero si pudiéramos no querríamos pagarlo. No es justo que nosotros hagamos un trabajo, lo pongamos a disposición de cualquiera de forma gratuita y la revista científica quiera conseguir un beneficio. Las revistas científicas deberían cambiar radicalmente. En primer lugar deberían publicar todo lo que reciben, sin filtrarlo según los gustos del comité editorial. Eso sí, los trabajos deben ir acompañados de una crítica firmada por expertos que no tengan miedo a expresar de forma pública sus opiniones y que no actúen como los evaluadores actuales que dan puñaladas de pícaro –valoran los trabajos pero ocultan su identidad. Y a publicación debería ser gratuita. ¿Como pueden ser gratuitas las revistas? Dependiendo de una sociedad científica que las financie o de una institución pública que las promueva. Nunca de un grupo privado con ánimo de lucro.

sábado, 30 de enero de 2016

Oligarquía o populismo

Los problemas que estamos viendo en España para formar gobierno, resultado de unas elecciones que no permitieron mayorías claras, plantean una serie de problemas e incertidumbres poco habituales en el ambiente político de Europa y más parecidos a los que ocurren en otros países latinoamericanos. En el viejo continente hemos disfrutado en los últimos años de una serie de condiciones democráticas que han permitido resultados muy variables con cierta flexibilidad. Entre esas condiciones se puede contar con un cierto respecto de los partidos políticos por las reglas demo-cráticas, la existencia de medios de información independientes y razonablemente neutrales y la posibilidad de pactos electorales entre partidos políticos de distinto signo que, a pesar de todo, mantienen unas relaciones de adversarios pero no de enemigos. La situación en Latinoamérica, sin embargo, es muy diferente. Lamentablemente, porque muchas de las ilusiones que muchos de nosotros hemos tenido con movimientos que tuvieron su origen popular y que nacieron como signo de rebeldía contra muchas injusticias sangrantes han sido defraudadas por la evolución autoritaria, muchas veces tiránica y con frecuencia ruinosa para los países en los que han tenido lugar y para muchos de sus promotores iniciales. La diferencia está en que en estos países, con esa tradición tan marcada de golpes de estado y de pronunciamientos, con medios de información tan parciales y con odios africanos entre partidos, es muy difícil encontrar soluciones racionales. Y también a nosotros nos preocupa si la disyuntiva en España es como en muchos países americanos entre oligarquía o populismo. La oligarquía ha tenido la sartén por mango en LatinoAmérica durante la mayor parte de su historia. Ha controlado los recursos económicos, utilizado los ejércitos, dominado los medios. Contra ellos han surgido movimientos populistas que han utilizado los mismos procedimientos. El problema es que muchos de los populismos pueden perpetuarse en el poder de forma “democrática”, utilizando sistemas de secuestro de voto. Es relativamente fácil, sobre todo cuando el petróleo está caro, dar un pequeña ayuda a personas marginadas y con ello conseguir una fidelización del voto, aunque el país se desabastezca, las infraestructuras se deterioren y la economía se hunda. Esa es la tragedia que se ve en LatinoAmerica. Movimientos populares que en otro tiempo nos ilusionaron porque planteaban alternativas populares y democráticas a las oligarquías dominantes, se han convertido en tiranías populistas. Esperemos que no nos pase eso en España donde no se puede mantener en el poder a quien tanto ha abusado de él pero donde hay que tener cuidado con los “salvadores” que se convierten en depositarios de la ilusión de mucha gente.

sábado, 9 de enero de 2016

El nacionalismo y la izquierda

Decía Patxi López hace algunas semanas algo que yo entendí como que los socialistas no podían ser nacionalistas y esa afirmación provocaba respuestas airadas e incluso escandalizadas. Pues bien, yo comparto la idea de que es incompatible no ya ser nacionalista y socialista sino nacionalista y al mismo tiempo persona medianamente inteligente y progresista. En España se habla mucho de “nacionalismos” históricos y de que tal o cual, de momento, comunidad autónoma es o no es una “nación”. En realidad se debería decir, si se hace referencia a la historia que son “reinos” históricos. Porque el concepto de “nación” no nació hasta el siglo XIX y en esa época y hasta ahora ya no había otra nación que la española. Los reinos –un conjunto de súbditos gobernados por un rey mediante una relación de dominio o más o menos pactista- nacían, morían, se expandían o reducían, se fusionaban o separaban por razones tan peregrinas como las guerras, las paces, los matrimonios o las herencias. Los reinos no tenían ninguna entidad histórica ni nadie lo pretendía. Por ejemplo, el reino de Portugal nació porque el rey de Castilla y León, Alfonso VI, quiso dejar una pequeña herencia a su hija pequeña, Teresa, después de legar la mayor parte a la mayor Urraca. El concepto de “nación” nace en el siglo XIX y tiene su origen en los filósofos idealistas de la primera parte de ese siglo que pretenden imponer un concepto distinto del de reino o incluso del de Estado ya que “L’Estat c’est moi” de Luis XIV era una idea infumable para aquellos jóvenes enamorados de la primera parte de la Revolución Francesa. La nación, que pronto fue “La Nación”, era un concepto abstracto una idea por la que se podía luchar e incluso ser mártir. Y es a partir del siglo XIX cuando empiezan a surgir la mayoría de las naciones modernas o a transformarse en “naciones” los “reinos” previos. Los elementos que sirven para fundamentar las naciones pueden ser de diverso tipo: el lenguaje, la raza, la religión o el territorio, en el caso de las nuevas naciones. Las características, muchas veces circunstanciales, previas de los reinos en su caso. El elemento fundamental de la formación de las naciones es la existencia, o simplemente la pretensión sin fundamento, de un elemento diferenciador del “otro”, sea de la naturaleza que sea. Quizás valga la pena considerar el precedente remoto de los griegos y los bárbaros. Los griegos tienen la idea de que su “nación”, por encima de las diferentes ciudades, hoy en paz, ayer y mañana en guerra entre sí, la forman los que hablan bien griego. Los que chapurrean malamente son designados con la onomatopeya bar-bar-oi, literalmente los que chapurrean. De modo que en el siglo XIX los forjadores de la nación alemana lo que pretenden es unir bajo una estructura estatal a quienes hablan alemán. Ya sabemos cuanta sangre se vertió en ese intento. Pero en el siglo XX serbios y croatas, que hablan la misma lengua aunque unos la escriben en caracteres cirílicos y otros latinos, se matan entre ellos porque les separa la religión. Y en el siglo XXI parece que rusos y ucranios se matan entre si sobre todo por el territorio. Volvamos al asunto de la izquierda y los nacionalismos. En el mundo global en el que nos movemos no se puede ser progresista sin poner en valor lo que nos une a los seres humanos. Esto que nos une es nuestra capacidad para conocer la naturaleza, para dominarla, a veces para destruirla; nuestra capacidad para la ciencia y para el arte, para el heroísmo y el altruismo. Nuestro miedo a la pobreza, al dolor, a la soledad, a la muerte. Está bien defender los elementos identitarios pero no de forma que excluyamos a otros por diferencias de lengua, cultura, raza, religión o territorio. Es mucho más importante luchar por los intereses humanitarios. La lucha por la identidad es muy importante pero muy difícil en un mundo globalizado. Y no se pueden sacrificar los valores universales del hombre sacrificados a los valores identitarios. En el mundo hay varios miles de lenguas la mayoría de las cuales van a desaparecer de la faz de la tierra en unos años. Tenemos que acabar con las guerras de religión o las religiones acabarán con nosotros. Tenemos que ser capaces de decir, como Albert Einstein, que no nos reconocemos miembros de otra raza que la raza humana. Las “naciones” no existen. Son inventos de mentes anticuadas. Los que interesan son los hombres. Ninguna bandera, ningún himno vale las lágrimas de un niño o la soledad de un anciano.