Una señora de bien me ha regalado una palabra. Ella la usa como un adjetivo, “esa chica es un poco alternativa”, con una mezcla de comprensión y tolerancia de una forma de ser que no cuadra con sus esquemas ideales. Pero yo he decidido sustantivarla, incluso convertirla en categoría y hasta elevarla a sujeto de oración predicativa e incluso –¿por qué no?- en sujeto de la historia, los alternativos. He llegado al extremo de crearle un antónimo, los convencionales, y de enfrentar las dos categorías en una tensión dialéctica.
Los alternativos siempre han existido pero cuando yo era joven se les daba otro nombre y se les encuadraba en otra categoría. Los pobrecitos eran tan pocos que no merecían un nombre propio y se tomaban palabras prestadas de otros significados. Los alternativos de mi generación eran considerados “raros”, “calaveras”, “vivales”, “frescos”, “vivas las vírgenes”, “locos”, etc.. Pero ahora son tantos que justifican un protagonismo y por supuesto un nombre.
Los alternativos son aquellos que no se sienten a gusto dentro de las corrientes dominantes del sistema e intentan escaparse, de una u otra manera, del orden impuesto. Los alternativos cumplen una serie de características definidoras, que les diferencian de los convencionales, entre las que habría que incluir varias de las siguientes:
1.- Los alternativos son fruto preferente de sistemas de educación pública mientras que en el caso de los convencionales el uso de sistemas de educación privada, de carácter exclusivo o complementario (academias, cursos especiales etc.,) es mucho mas frecuente.
Durante su paso por el sistema educativo los alternativos recibieron un tipo de educación e interiorizaron una serie de valores entre los que ocupaban lugares de mayor importancia aspectos tales como la solidaridad, la igualdad, los valores humanos, el respeto al medio ambiente, etc. Por el contrario su educación no se fundamentó de forma prioritaria en otros valores como el orden, el trabajo, la disciplina, la obediencia a educadores y progenitores, la competitividad, valores que constituyen el núcleo ideológico de los convencionales.
2.- Los alternativos se integran en la sociedad de manera directa con menor utilización de plataformas ideológicas o culturales que en el caso de los convencionales. Entre estos últimos es mucho mas frecuente la pertenencia a un grupo religioso, a un partido político, a una organización cultural, etc., que en los alternativos. Los convencionales hacen amigos o buscan pareja sobre todo entre los miembros de su parroquia, de su partido, de su banda de música o de sus clases de tenis; los alternativos son mas promiscuos, menos restrictivos, con lazos mas diversos.
3.- Los alternativos establecen relaciones de pareja mas diversas que los convencionales, quienes suelen desarrollar comportamientos sexuales mas previsibles, formas de unión mas canónicas –no solo en el sentido religioso sino en el civil- materializadas –o sacralizadas- a través de ceremonias mas solemnes y que tienen lugar con mayor frecuencia con piso propio y lista de bodas incluída.
4.- Y, por supuesto, los convencionales tienen tendencia a buscar trabajos en los que prima la seguridad y un elevado nivel de ingresos, aunque esto implique una actitud de conformismo y sometimiento a los superiores y una postura de disponibilidad absoluta y compromiso con la empresa o al menos con los superiores jerárquicos, sobre otros en los que se busca sobre todo una realización personal, mayor libertad y autonomía, aunque esta se acompañe de un mayor nivel de inseguridad y de un menor nivel de ingresos, características mas propias de los trabajos de los alternativos.
Los hijos de mis familiares y de mis amigos de juventud, paisanos y compañeros de internado, son, sobre todo, convencionales; los hijos de mis compañeros de trabajo o de profesorado universitario son, sobre todo, alternativos. Alguno de los últimos, padre de hijos con perfil preferente de alternativos, me dice que estos chavales tienen el síndrome de Peter Pan; se pasan la vida haciendo cosas propias de niños y de adolescentes pero nunca quieren hacerse adultos y, por tanto, responsables; yo pienso que si a los alternativos podemos diagnosticarles de infantilismo persistente a los convencionales cabría considerarles como afectos de progeria, esa enfermedad caracterizada por envejecimiento precoz, o peor aún, como envejecimiento “ab utero materno”, como si nunca hubieran sido niños.
Y, toda esta discusión, ¿qué importancia tiene? Pues, bastante de lo que parece, porque el asunto no solo tiene repercusiones individuales sobre los distintos sujetos y las opciones que toman en determinados momentos de su vida sino que según tratemos el asunto van a producirse algunos hechos de bastante importancia social. Una sociedad avanzada, progresista, dispone de recursos para realizar una oferta variada a sus ciudadanos de modo que el mecanismo de integración social sea múltiple y el número de sujetos marginados sea mínimo. Esa sociedad ofrece posibilidades de integración a los alternativos. Mientras que una sociedad rígida, conservadora, tiende favorecer a los convencionales y a excluir a los alternativos. Eso produciría un aumento de la marginación social y posiblemente la pérdida de las cabezas mas creativas de la sociedad. ¿Podemos permitírnoslo? Yo creo que sería un proyecto no solo estúpido sino muy costoso.
lunes, 21 de diciembre de 2009
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