lunes, 4 de junio de 2012
Un país de pícaros
Durante los últimos meses, cada vez con mayor frecuencia, me llegan mensajes a través del correo electrónico, de amigos, conocidos, familiares, compañeros de trabajo, pacientes, y otros sujetos, en los que el autor de los mensajes, con frecuencia un digno ciudadano al que no tengo el placer de conocer y que se relaciona conmigo a través de cualquiera de los múltiples canales que permite Internet, arrebatado por una santa indignación y consumido por el celo ciudadano, se lanza a vituperar, con argumentos convincente, contra el objeto de sus iras, muchas veces un político o la clase política en general, en otras ocasiones un banquero o cualquier representante de la banca en general, en fechas recientes un miembro concreto de la casa real, cualquier representante de la institución monárquica o cualquier representante institucional desde la monarquía a la judicatura pasando por el parlamento. Otras veces el objeto de las iras de los generosos ciudadanos que acaban compartiendo conmigo sus emociones son los sindicatos, los profesionales sobrevalorados, desde los arquitectos de moda hasta los deportistas de élite.
Está bien que esto ocurra, es sano y es desmitificador. Es estupendo saber que determinado deportista de élite, propuesto como ejemplo de ciudadano honorable de la nación, premiado con los mas prestigiosos galardones ciudadanos de la misma, tiene su domicilio fiscal en Mónaco o en Andorra, con objeto de pagar menos impuestos. O que los antiguos presidentes de la nación forman parte de los consejos de administración de múltiples empresas por lo que reciben ingresos millonarios mientras muchos de sus conciudadanos padecen hambre. O que el máximo representante del poder judicial pasa fines de semana “caribeños”, de jueves a martes, en hoteles de lujo en las costas. O que muchos exministros fichas con sueldos millonarios por empresas que fueron públicas y que ahora han sido privatizadas y entregadas a los amiguetes.
Lo que quizás sorprenda mas es que muchos de los indignados autores o divulgadores de estos hermosos exordios no tengan para ellos mismos las mismas exigencias morales que pregonan por la red. Que muchos de ellos no sean autoexigentes en sus trabajos; que muchos de ellos sean personas obsesionadas por encontrar todos los mecanismos legales posibles –y a veces ilegales e imposibles- de evadir impuestos; que muchos de ellos busquen por todos los medios posibles e imposibles fórmulas que les permitan adelantar cuanto mas mejor su fecha de jubilación o prejubilación o de situación laboral privilegiada en la edad presenil en la que otros todavía trabajan; que muchos de ellos inventen, exageren o exploten situaciones de invalidez que les permitan el acceso –muchas veces fraudulento y otras abusivo- a recursos de solidaridad nacional. De modo que muchas veces tiene uno la impresión de que entre denunciantes y denunciados no existe una radical diferencia de calidad moral sino solo de posibilidades relativas de abuso. El que ocupa una posición dominante no es moralmente peor que el ciudadano medio sino tan solo más eficaz en el desarrollo de la corruptela que, por otra parte, parece ser el objetivo universal de todos los españoles.
¿A que se debe esa propensión a la picaresca de nuestros paisanos? ¿Es algo nuestro u ocurre en todos los países? En mayor o menor medida la tentación de aprovecharse de las situaciones de privilegio absoluto o relativo son comunes a todo el género humano pero en el grado en que aquí se practica y el salero con el que aquí se hace no tiene parangón con la realidad de lo que ocurre en otros países del Norte de Europa o América. No conozco un país en el que los ciudadanos disfruten pagando los impuestos pero es que en España se ponen malísimos en cuanto los días se alargan mas que las noches. Y muchos de nuestros conciudadanos preferirían pasar una grave enfermedad que vérselas con un inspector de Hacienda.
Yo creo que en España y en otros países de nuestro entorno esa aversión a los valores cívicos, esa tendencia feroz al individualismo, que puede incluir como mucho la familia mas cercana pero que excluyen con seguridad círculos sociales mas amplios, a buen seguro la sociedad, tiene que ver mucho con el catolicismo. Toda la doctrina de los hijos de Dios, que se salvan en virtud de la gracia, ha dejado un poso de irresponsabilidad con los conciudadanos que no existe en las sociedades con un cierto tufo calvinista en las que las personas se salvan por la obras. Si somos hijos de Dios, ¿para que preocuparnos de cumplir con nuestras obligaciones y de ser justos? ¡Ancha es Castilla!
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