martes, 12 de septiembre de 2017
Cataluña y Euskadi. Dos modelos distintos.
Soy un castellano con un abuelo catalán, y estoy casado con una castellana con una abuela vasca. Y me encuentro entre los que piensan que, en pleno siglo XXI, parece absurdo intentar reventar países, con unos planteamientos teóricos propios del siglo XIX, que presentan una cierta estabilidad y embarcarse en procesos que todos sabemos que van a acabar mal y muchos pensamos que muy mal. Tengo muchos amigos y colegas procedentes de la antigua Yugoslavia. Hace treinta años nadie pensaba que en ese país culto, en el que la gente convivía con sus vecinos de otra lengua u otra religión sin problemas, fuera a desencadenarse una carnicería. Y, sin embargo, llegó la locura y fue imposible pararla. Tampoco nadie pensaba en 1991 que Rusia y Ucrania, dos países unidos desde hace 4 siglos, fueran a separarse y mucho menos a enzarzarse en una guerra. Pero esos países lo hicieron y, ahora, nadie puede decir cómo van a acabar.
Considero al País Vasco como una parte de España, poblado por iberos, con características genéticas idénticas a las del resto de la población española, cuya diferencia con el resto del país es que no fue colonizado por los romanos. El pobre Pompeyo no pudo pasar en el llano más allá de la ciudad que fundó y a la que dio su nombre, Pamplona, y dejó sin ilustrar los valles entre las montañas y sin verter en ellos el derecho romano. Donde no entró el derecho romano, ya se sabe, los confilctos se resuelven a hostias. No sabemos hasta donde se extendía el territorio vasco en tiempo de los romanos pero hay que pensar que por lo menos hasta la actual Cataluña. Por algo el valle de Aran se llama así, haciendo honor al pleonasmo: El valle “Valle”. Y considero a Cataluña como una parte de España, poblada por iberos, con características genéticas idénticas a las del resto de la población española, cuya diferencia con el resto del país es que no fue colonizado por los árabes. Los catalanes no sufrieron, nidisfrutaron, de varias oleadas de invasores que venían de lugares lejanos, de Siria, de Arabia, de los bordes del desierto. E igual que la mayoría de los países europeos en los que no ha habido entrecruzamiento de razas, esos pueblos tienen una cierta tendencia a sentirse supremacistas. Las comunidades supremacista suelen imponer sus puntos de vista de dosmaneras diferente según se encuentren en posiciones de fuerza o de debilidad. Cuando están en condiciones de fuerza utilizan la "rauxa" de los almogávares; cuando se encuentran en posiciones de debilidad, "jugant a la puta i a la ramoneta".
Cataluña y el País Vasco fueron zonas de amplia implantación carlista, en el momento inmediatamente anterior a la puesta en marcha de sus procesos nacionalistas. De modo que no es absurdo pensar que lo que existe en el comienzo de estos dos nacionalismos es, esencialmente, una ideología antiliberal, poco dispuesta a aceptar las conquistas de la Revolución Francesa.
Muchos españoles ilustres han reflexionado sobre el problema de los nacionalismos. Las reflexiones de algunos de ellos, pensadores, políticos, etc., están matizadas por sus teorías sobre la sociedad o sus ideologías. Don Santiago Ramón y Cajal, que era un nacionalista español pero no se dejaba coaccionar por influencias de partidos o grupos de poder, pensaba que en ambos procesos nacionalistas jugaba un papel protagonista la iglesia católica, empeñada en combatir las ideas de la Revolución Francesa a cualquier precio. Don Santiago era pesimista. Con los catalanes, habida cuenta de su tradición de pactismo, pensaba que podría llegarse a algunos acuerdos. Pero, en relación con el País Vasco, al que llamaba, “el feudo vaticanista” pensaba que no había solución posible.
Que los legionarios de Pompeyo no pasaran de Pamplona tuvo una repercusión para Euskadi. Allí no llegó el derecho romano. Y, donde no llega el derecho romano, los problemas se resuelven a tortazos. Que los caballeros de Carlomagno no permitieran a los soldados árabes quedarse al sureste del Pirineo implica que en Cataluña no existió la convivencia multi-racial que ocurrió en Castilla durante 8 siglos. De modo que los catalanes son “los nostres, los de casa” y no los “mil leches” de los que está lleno el país. Sin esto, no podría entenderse las declaraciones xenófobas de una ilustre “mestresa” o madre superiora catalana.
Todos pensábamos que el problema del nacionalismo sería peor en el País Vasco que en Cataluña. Y, sin embargo, ha ocurrido lo contrario. Debe ser que aprender el derecho romano es más fácil que sacudirse la xenofobia.
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