martes, 1 de mayo de 2012
Respuesta al comentario de "Anónimo" a la entrada "Las guardias médicas"
He recibido el comentario adjunto a mi entrega de blog “Las guardias médicas” en el que un lector anónimo me muestra su radical discrepancia con lo que digo. Alabado sea Dios, estaba harto de escritos de aprobación y de palabras de cariño. No existe un estímulo intelectual mayor que la discusión y no existe mayor oprobio que el silencio. Decía Camilo José Cela: “Que hablen de ti, aunque sea bien”. Que hablen de uno bien es aceptable; pero lo que realmente se agradece es que te pongan verde, como hace mi corresponsal.
Reconozco que me hubiera gustado mas que mi lector se hubiera identificado en lugar de protegerse bajo la máscara de anónimo que permite dar puñaladas de pícaro y luego salir corriendo. Y también hubiera preferido que hubiera llevado la discusión mas al terreno de las ideas que al de las alusiones, e incluso, acusaciones personales. Pero no siempre se puede pedir que el debate intelectual sea de carácter versallesco. Los seres humanos somos como somos y muchas veces nuestra razón se obscurece ante nuestras pasiones y nuestros intereses. Además, ya se sabe lo que dijo el maestro: "Los españoles, cuando usan la cabeza...envisten". Pero no deseo entrar en el terreno de lo personal. Tan solo explicar que prevaricar, según María Moliner, “es faltar un empleado público a la justicia en las resoluciones propias de su cargo”. Una persona privada que escribe sus pensamientos puede estar confundida o mentir, pero no puede prevaricar, como se afirma en el escrito, seamos precisos. También dice mi lector que mi entrada parece mas la de un gestor que la de un médico. Creo que soy sobre todo un médico aunque cuando he tenido que gestionar lo he hecho lo mejor que he podido. ¿Quiere decir mi interlocutor que mi carta no obedece a intereses corporativistas? Si es así, gracias. Pero, además, ¿qué más da? “La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero”, dice el maestro Juan de Mairena.
Mi interlocutor afirma que existen numerosas publicaciones sobre el impacto perjudicial que tienen los turnos de guardia sobre los ritmos circadianos de las personas que se someten a los cambios de horario. Estoy de acuerdo, conozco esa información. Incluso en parte he sido promotor de la misma. Hace 23 años cuando yo fui nombrado Jefe del Servicio de Neurología de un hospital universitario de Madrid yo promoví la puesta en marcha de la unidad de estudio del sueño –incluso colaboré en la fabricación de los equipos de registro pues los disponibles comercialmente eran inasequibles para nuestro presupuesto- que fue pionera en estos temas, en la que se estudiaban 700 pacientes al año. En esa unidad han trabajado varios de mis colaboradores durante 16 años algunos de los cuales son los mayores expertos de este país en trastornos del sueño.
Yo he sufrido en mis propias carnes el impacto de las guardias. Después de una residencia de Neurología en Madrid hice otra en los Estados Unidos en la cual estuve de guardia cada tres días, 10 días al mes, durante dos años, salvo los dos meses en los que roté por Neurocirugía, durante los que hice una guardia cada dos días, 15 días al mes. Aquellas guardias no iban seguidas de libranza sino que el trabajo continuaba el día siguiente como mínimo hasta las 5 de la tarde, hora en la que teníamos que estar presentes en una reunión con el que entraba de guardia para explicarle los problemas que podían requerir su atención. Nuestras guardias se caracterizaban por una actividad intensa. Poder irse un rato a la cama, como hacen ahora, con frecuencia, los médicos de guardia, no solo especialistas sino los residentes, era considerado tan poco probable que no había habitaciones ni camas para los médicos de guardia. En el caso de una noche excepcionalmente apacible solo era posible echar una cabezadita en un sillón. Incluso durante las guardias buenas se nos asignaban tareas para realizar en el tiempo libre, por ejemplo, colocar de acuerdo a un orden pre-establecido las múltiples placas de las pruebas neuroradiológicas –arteriografías, neumoencefalografías, mielografías, todavía no había TAC- para las sesiones clínicas del día siguiente, lo que podría significan varios centenares de placas en una sesión en la que se presentaran varios casos clínicos. Por supuesto, hacer esa guardia era considerado una obligación del periodo de entrenamiento y en ningún caso una actividad laboral que debiera ser remunerada. Y, por supuesto, cuando nosotros no estábamos de guardia teníamos la obligación de estar localizados mediante un aparatito buscapersonas que debíamos llevar puesto siempre, incluso durante la noche, en nuestras casas. Ese aparato permitía localizarnos en el radio de 25 km y esa era la máxima distancia en la que nosotros podíamos movernos los días que no trabajábamos sin pedir un permiso especial.
Decía que yo he sufrido en mis carnes el impacto de la ruptura de los ritmos circadianos. Cuando llegué al tercer año de mi residencia americana mi mujer y yo hicimos uno de los viajes mas fastuosos de nuestra vida por Latino-América para celebrar, ingenuos, que yo nunca mas haría guardias en la vida. En Estados Unidos no se hacen guardias salvo en el periodo formativo o salvo que uno sea un “medico de guardia” y yo no me imaginaba que a mi vuelta a España me iban a obligar a hacer guardias durante otros doce años. Volamos desde Estados Unidos a Bogotá y luego a Quito, a Lima, a la Paz, otra vez a Lima, a Iquitos, a Leticia, a Bogotá y vuelta. Y en el Perú hicimos un circuito terrestre por Huancayo y los altos Andes, Arequipa, Cuzco y alrededores y Machu Pichu. Desde el Cuzco tomamos un tren para cruzar a Bolivia por la frontera del lago Titicaca. El día antes de nuestra llegada a la frontera en Bolivia había tenido lugar uno de los casi dos centenares de golpes de estado que ese país ha sufrido en sus menos de dos siglos de historia y los trámites para el paso de la frontera se volvieron especialmente odiosos. Un soldado indígena armado hasta los dientes miraba mi pasaporte, me miraba a mí, volvía al pasaporte, luego a mi cara, y así sucesivamente durante varios minutos. Hasta que al final se arrancó con una pregunta:
- ¿Qué edad tiene Usted, mi compadre?.
- Veintinueve años.
- ¡Qué mal le ha tratado la vida, parece que tenga ya 49! Pase, por favor.
El hombre llevaba razón. La foto de mi pasaporte, tomada apenas hacía tres años, antes de mi marcha a Estados Unidos mostraba un muchacho de 26 años, con una cresta de pelo irreductible en la coronilla. Entre esa foto y mi cara de entonces había 240 guardias en dos años y unas jornadas de trabajo de 7 a 7 seis días en semana y unas 4 o 5 horas los domingos y fiestas.
Mi admirado amigo Erik Clavería solía contar que durante sus primeros seis meses de entrenamiento en Inglaterra no salió del hospital. Yo tuve un régimen más permisivo. Durante mi primer año de estancia en los Estados Unidos podía salir del hospital durante los pocos ratos que tenía libre y durante los 10 días de vacaciones anuales que me concedieron pero vivía en el centro médico, en unos apartamentos de la Universidad para médicos y enfermeras que nos alquilaban, en los que había una magnífica biblioteca médica en la planta baja del edificio. Me gusta mucho dar a las palabras su correcto sentido. Médico interno significa que eso, vivir como en un internado; y residente implica libertad para salir pero residencia fundamental en el centro médico.
Dice mi interlocutor que “las consultas se programan en función de las guardias y no al revés”. Eso puede ser verdad en algunos casos pero existe una enorme variabilidad y el esquema organizativo es, en ocasiones, kafkiano. En el servicio donde yo trabajo la organización de las guardias ha sufrido cambios con el tiempo. Hubo un periodo en el que las guardias se ponían por turno rotatorio estricto. Había 7 personas que hacían guardias, a cada uno le tocaba guardia un día a la semana, siempre el mismo. Los que habían sido bendecidos con pasar en el hospital todos los domingos del año protestaron y el jefe del servicio decidió que las guardias se harían por sorteo cada mes. Había que esperar a fijar las consultas a saber los días de guardia de médico. Un caos. Después se programaron por sorteo teniendo en consideración turnos diferentes para laborables, festivos, vacaciones etc. Algunos miembros del servicio plantearon una protesta formal porque les parecía que el número de guardias que les tocaba en días nefastos era mayor que el que les tocaba a los que participaban en el sorteo. La dirección me pidió que hiciera de arbitró. Efectivamente, había una discreta diferencia pero era difícil decir si esa diferencia se debía al azar o al destino.
Pero incluso aunque mi lector llevara razón y yo estuviera equivocado, que no lo creo, de sus mismas palabras se desprende la conclusión a la que yo quiero llegar: la realización de guardias por personal clínico crea problemas organizativos importantes. Nuestros administrativos tienen una carga de trabajo adicional debido a ese problema. Nuestros pacientes tienen problemas para saber con mucho tiempo de antelación si su médico le va a poder atender o no un día determinado dentro de unos meses. En Suecia los neurólogos tienen una hoja web en la que se anotan las disponibilidades del médico y los pacientes eligen el momento de su cita igual que aquí seleccionamos las entradas de un espectáculo. En España necesitamos personal administrativo y servicios de admisión, que tienen costes, de los que podríamos prescindir si pusiéramos las cosas mas fáciles a los pacientes, entre otras cosas, suprimiendo las guardias del personal clínico.
Dice mi lector que el precio por hora de disponibilidad de los médicos de guardia es muy bajo. También estoy de acuerdo. Pero es el resultado de dos corruptelas, la de los médicos y la de los administradores. El ciego del Lazarillo de Tormes se da cuenta de que este le engaña porque cuando él mismo incumple el pacto de comer las uvas de una en una y de forma alternativa, y el otro no protesta. La administración paga poco por las guardias porque sabe que muchas de ellas no son necesarias; y los médicos lo aceptan, en lugar de rebelarse, porque saben que la carga de trabajo no es mucha y se sigue de un día de libranza. ¿Cómo se explica si no, que Paris, una ciudad con mas del doble de habitantes que Madrid, tenga en muchas especialidades menos médicos de guardia que nosotros? ¿Cómo se explica que los americanos pongan turnos de guardia de tarde separados del de noche para evitarse los salarios de los días de libranza? ¿Es que optimizar el rendimiento y disminuir los costes es ir en contra de los intereses de los médicos? ¡Por los clavos de Cristo! Con la que está cayendo, con los recortes sanitarios actuales, ahora que se cierran hospitales, que se bloquean abortos legales por falta de pago, que se obliga a los pensionistas a pagar parte de los medicamentos, a los enfermos parte del transporte sanitario, parte de las prótesis, que en alguna comunidades autónomas hay que abonar algo para ir al médico ¿es tan descabellado intentar optimizar las guardias médicas y ahorrar recursos necesarios?
El primer interés del médico es contar con el respeto de sus pacientes y vivir su profesión desde la dignidad. Los médicos podemos ser profesionales o mercenarios. Los profesionales somos los que profesamos una fe. Los mercenarios son los que hacen cosas por dinero. La diferencia entre unos y otros está ejemplificada por la respuesta que me dio uno de mis residentes hace unos años. Llevaba un mes con nosotros, yo era su jefe de servicio y también su tutor –siempre he considerado estas dos funciones como indisociables-. Le llamé para ver como se había adaptado a su nuevo trabajo, para saber qué tal se encontraba en el hospital, qué problemas tenía, si podíamos ayudarle en algo. Ante mí pregunta de ¿cómo estás?, él contestó:
- De puta madre.
- ¿Y eso?, pregunté.
- Porque hago lo que gusta y, encima, me pagan.
Esa es la respuesta de un profesional. Hago lo que me gusta y estaría dispuesto a hacerlo porque me gusta, incluso gratis.
Mis puntos de vista sobre las guardias médicas han ido cambiando a lo largo de mi vida. He realizado muchas guardias durante los primeros 20 años de mi trayectoria profesional, la mayor parte de ellas no remuneradas, pero durante los 16 años siguientes, como responsable de un servicio de Neurología, he procurado que mis colaboradores no hicieran guardias de Neurología ni de otra especialidad. Me oponían porque las guardias producen una perturbación de los ritmos no solo biológicos sino conductuales y unos trastornos de concentración que matan el talento. Las guardias, con libranza y sin libranza, impiden que buenos médicos se concentren en “su” tema de trabajo y deshacen carreras profesionales que hubieran podido ser brillantes,. Sin embargo, esta postura mia de oposición a las guardias empezó a cambiar cuando, a principios de esta década, empezaron conocerse tratamientos y actuaciones terapéuticas que pueden en un servicio de urgencia cambiar el curso de un paciente neurológico de manera radical. En ese momento pensé que estábamos obligados a tener guardias o a enviar esos pacientes urgentes a otros centros. Y así lo planteé a mis superiores, que no me hicieron caso porque no querían ni gastarse el dinero necesario para organizar una guardia de Neurología ni reconocer una deficiencia notable de aquel centro hospitalario. Soy la única persona de este país que ha renunciado a un puesto de jefe de servicio de un hospital universitario y a un puesto de profesor de universidad. Y lo he hecho porque no podía aceptar que por ahorrar se pusiera a los pacientes en riesgo. Pero si tuviera que organizar las guardias de mi servicio las dividiría en dos turnos, de 15 a 22 horas y de 22 a 7 de la mañana y probablemente contrataría personal para la realización exclusiva de guardias, por ejemplo, especialistas recién acabado su periodo de formación que todavía no tienen trabajo, durante un par de años. Y a los profesionales maduros les dedicaría a las tareas complejas para las que se supone que debe estar preparado un profesional que trabaja en un hospital universitario.
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