miércoles, 5 de abril de 2017

Reflexiones del bicentenario de la enfermedad de Parkinson

Este año de 2017 se celebra el segundo centenario de la descripción de la enfermedad de Parkinson en una monografía publicada en Londres por este irreverente médico inglés, James Parkinson, una personalidad fascinante, médico de cabecera, paleontólogo y autor de un libro de referencia sobre fósiles, redactor de folletos sobre la situación de las clases obreras en su país y en su tiempo, motivo por el cual estuvo a punto de ser detenido y enviado como un delincuente común a Australia, la gran prisión ultramarina de la Inglaterra. Precisamente, el hecho de que la enfermedad de Parkinson se describiera a principios del siglo XIX, y no antes, (aunque existen numerosos casos previos de enfermedad que no fueron reconocidos en vida) ha hecho pensar a muchos investigadores que la causa de la misma debería estar relacionada con algún fenómeno natural o con algún acontecimiento histórico. Y entre estos, el acontecimiento más importante que tuvo lugar en los años precedentes a la descripción fue la revolución industrial. Por esto, algunos investigadores de esta enfermedad dieron en pensar que la enfermedad de Parkinson debería estar relacionada con algún producto tóxico relacionado con la industrialización. Hoy día sabemos que la enfermedad de Parkinson se produce por diversas causas, en algunos casos por trastornos genéticos que se transmiten de acuerdo a las leyes de la herencia mendeliana y en otros casos por una mezcla variable de factores de riesgo genéticos y agentes ambientales. El progreso de nuestros conocimientos sobre la enfermedad de Parkinson durante el último siglo y los avances en el tratamiento de esta enfermedad en el último medio siglo ha sido enorme y sin comparación con lo ocurrido con cualquier otra enfermedad neurodegenerativa. Alguno de estos avances incluyen los siguientes hitos: 1) el descubrimiento de las causas de la enfermedad debidas a causas infecciosas en los años 20; 2) la identificación del sistema dopaminérgico nigro-estriatal como lugar de la lesión en los años 50; 3) el descubrimiento del efecto beneficioso de la cirugía estéreo-táxica, en los años 50, mejorada desde el punto de vista técnico por avances ocurridos a partir de los 90; 4) descubrimiento de la eficacia terapéutica de la L-DOPA y sus distintas formulaciones, a partir de los años 60; 5) la llegada de nuevos fármacos, como los agonistas dopaminérgicos y los inhibidores de la mono-amino-oxidasa a partir de los años 70. Sin embargo, a pesar de todos los avances, la mayoría de los pacientes que llevan varios años de tratamiento presentan fluctuaciones de la respuesta terapéutica asociadas a disquinesias y una buena parte de los que han sido tratados con agonistas dopaminérgicos sufren trastornos psiquiátricos que hemos dado en llamar trastornos del control de impulsos. Y, lo peor de todo, es que estas complicaciones del tratamiento son difíciles de controlar cuando ya han aparecido y que las que existen para las fluctuaciones y disquinesias tienen un efecto parcial y un coste prohibitivo. Ni los sistemas sanitarios de los países mas ricos pueden pagar los precios que piden las multinacionales del medicamento o la biotecnología y por otra parte, deberíamos preguntarnos si para dar movilidad a una persona una hora o dos horas mas al día está justificado gastar cantidades de dinero con las que se podrían salvar centenares o millares de vidas en el tercer mundo que se pierden por enfermedades curables o por simples medidas higiénicas como depurar las aguas. En los últimos años dos tipos de ideas muy potentes han surgido de la investigación sobre esta enfermedad. Una de ellas propone que la enfermedad de Parkinson no se limita a una serie de trastornos motores, que son la faceta más característica de la enfermedad, sino que incluye una serie de anomalías de función que empiezan en el tubo digestivo y en estructuras cerebrales que intervienen en la función digestiva, en la olfacción, el control de la tensión arterial y del estado de ánimo, y que terminan en amplias zonas del sistema nervioso con el resultado clínico de trastornos de las funciones mentales superiores en los pacientes que sufren la enfermedad durante muchos años. La segunda idea novedosa es que los pacientes con enfermedad de Parkinson, antes de desarrollar los síntomas característicos de la enfermedad, presentan un determinado tipo de comportamiento, que hemos dado en llamar, personalidad pre-mórbida. La identificación de los sujetos con riesgo genético alto de padecer esta enfermedad podría conducir a proteger a esos sujetos. Puesto que el tubo digestivo parece el sitio donde empieza la enfermedad sería importante investigar los elementos que desde el tubo digestivo puede desencadenar la enfermedad. Estos elementos pueden clasificarse en tres tipos: a) tóxicos que se absorben a través del tubo digestivo; b) alimentos que pueden aumentar o disminuir el riesgo de esa enfermedad, y c) bacterias y virus que colonizan el tubo digestivo y pueden, desde allí, pasar al tubo digestivo, o bien producir los productos tóxicos a lo que nos hemos referido. Y, de todo esto, ¿qué podemos decir a los pacientes? Desgraciadamente, todavía no podemos curar la enfermedad aunque estamos empezando a utilizar tratamientos que intentan eso. Estos tratamientos persiguen disminuir los niveles y los efectos de la α-sinucleína, la proteína responsable de la producción de esta enfermedad. Existen distintas formas de conseguir esto: con anticuerpos, con terapia génica, etc. Pero tenemos que esperar para ver los resultados. Y mientras tanto, parece acumularse la evidencia de que podríamos hacer que la enfermedad frene su progreso con técnicas sencillas al alcance de todo el mundo. Evitar el estrés, hacer ejercicio físico, mantenerse estimulado social e intelectualmente. Como muchos de nosotros hemos dicho: por el momento, para frenar la progresión de la enfermedad, lo más importante es tener una estupenda familia. Algunos, al leer el último párrafo, pensarán que para este viaje no hacían falta esas alforjas. Y, sin embargo, esa es la forma habitual de avanzar la medicina. Los factores sociales son más importantes que los tratamientos médicos. El número de muertos por tuberculosis en Nueva York disminuyó más entre 1930 y 1950 que entre 1950 y 1970. En el primero de estos periodos el responsable de la mejoría fue el plan del Presidente Roosevelt para sacar de la pobreza a la gente a la que había hundido la gran depresión de 1929: subidas de sueldos, casas sociales baratas, etc. En el segundo periodo el gran avance fue el descubrimiento de la estreptomicina. Lo mismo pasó con el SIDA. Maravillosos los antiretrovirales pero lo que ha bajado la prevalencia de la enfermedad fue el reparto gratuito de jeringuillas y el uso generalizado de condones. Geniales los avances en la lucha contra el cáncer y contra las enfermedades cardio-vasculares. Pero ahora, después de tanta investigación y tantos fármacos que los gurús de estas enfermedades recomiendan es: control de la tensión arterial, evitar el tabaco, pérdida de peso, hacer ejercicio físico y llevar una vida lo más agradable posible. Carpe diem… Justo García de Yébenes

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