Nuestro sistema de valores morales, los principios jurídicos que inspiran nuestro derecho y los fundamentos de nuestro sistema judicial se basan en una presunción no demostrada: que el hombre es, en condiciones normales, un ser libre. Es verdad que nuestro derecho considera que, en determinadas condiciones, esa supuesta libertad disminuye o queda por completo abolida por circunstancias excepcionales, que se consideran atenuantes o eximentes, respectivamente, de nuestra responsabilidad personal. Pero esa consideración tiene siempre un carácter excepcional. En condiciones normales el hombre es libre.
Los sistemas penales de todo el mundo consisten en una mezcla de dos elementos cuya proporción relativa es variable. El mas primitivo, y quizás mas extendido, de esos elementos es la venganza, el "ojo por ojo y diente por diente" de la Biblia, el asesinato de los asesinos, asumido por el Estado, como monopolizador de la violencia, que se extiende desde China a los Estados Unidos, por no señalar sino a dos de sus mas eficientes aplicadores, la violación de las mujeres de la familia de los varones que han cometido ofensas sociales, etc.. El segundo elemento, mas roussoniano, es regeneracionista. Considera que el delito es fruto del error y que el delicuente es recuperable y basa la política penitenciaria en la posibilidad de recuperar o rehabilitar al delincuente. Ambos sistemas presuponen el principio básico de que el delincuente es libre y, por tanto, en el primer caso responsable y en el segundo rehabilitable.
Un neurobiólogo americano, Stephen Pinker, ha publicado recientemente un libro de mayor difusión e impacto entre el público letrado pero no especializado que en las audiencias científicas que quizás lo han considerado como "muy americano", una solemnización, en ochocientas páginas, de la obviedad. El libro que, se llama "La tábula rasa", intenta rebatir una serie de principios muy enraizados en la manera de pensar occidental, entre otros el concepto del que saca el título, que se basa en un principio de la filosofía tradicional escolástica según la cual la mente de los sujetos humanos era como una tablilla de cera, de las que se utlizaban para escribir en otras civilizaciones y épocas históricas, en la que no había nada antes del nacimiento de las personas y en la que se podía escribir cualquier cosa. Lo que Pinker pretende demostrar es que la mente de los hombres hay muchas cosas escritas, que de ninguna manera está en blanco. Hay escritas cosas que se transmiten a través de los genes, otras a través del inconsciente colectivo y otras a través de experiencias que tienen lugar en momento cruciales, casi siempre tempranos, de nuestras vidas. Pero hay cosas escritas que no pueden borrarse facilmente y que hay que tener en cuenta.
Si lo que dice Pinker y toda la Neurobiología moderna, en la que Pinker solo se inspira, es verdad, como en términos generales creo, el individuo humano normal no dispondría en situaciones normales de una libertad absoluta sino que estaría condicionados por lo que hay pre-escrito en su mente.
El tratamiento judicial de los crímenes sexuales se basa en los dos principios que hemos mencionado al principio, venganza y esperanza de rehabilitación. Pero si el supuesto de la tabula rasa fuera mentira, si nosotros lleváramos escrito en nuestro cerebro un determinado programa de actuación, la probabilidad de una rehabilitación sería remota y extremadamente improbable.
Los datos que tenemos sobre la frecuencia de reincidencia de los criminales sexuales nos indican que eso es lo que ocurre. Violadores, pederastas y otros sujetos que caen en esos crímenes suelen reincidir, a pesar de largas temporadas en las cárceles, como si todos los intentos de rehabilitación fueran inútiles. De modo que si la sociedad necesita protegerse de esos sujetos lo mas probable es que los intentos de rehabilitación no sean suficientes.
Los avances de la ciencia y de la tecnología, por fortuna, pueden ayudarnos algo. Lamentablemente no poder borrar lo que está escrito en la mente de las personas pero si podemos escribir encima algunas cosas. Podemos tratar a esas personas de manera preventiva y adoptar las medidas necesarias para asegurarnos de que toman el tratamiento.
viernes, 28 de marzo de 2008
domingo, 23 de marzo de 2008
La miseria de la exclusividad
El sábado estuvimos en Caixa Forum. Ella dijo que habría unas colas interminables pero yo la convencí de que, si todo el mundo pensaba lo mismo, nadie iría y entraríamos sin esperar. Efectivamente, llovía y hacía frío, y solo tuvimos que esperar cuatro minutos.
El nuevo centro en el eje del Prado añade nuevos incentivos a la oferta cultural del Madrid, que se sitúa entre las primeras del mundo. El edificio es muy bonito. Pero la exposición de los Uffici es de obras de segunda fila, salvo alguna pieza bellísima de Boticelli y de Luca Giordano.
A la salida era la hora de merendar. Ella tiene un diente mas dulce que salado y, además, tiene cuidado de la sal por aquello de la hipertensión. De modo que buscamos, en vano, una cafetería tradicional, en las que uno se sienta sin prisas, de las que abundan en otras ciudades europeas pero que han sido eliminadas en Madrid por el afán de la consumición rápida. Lo único que encontramos, vagamente parecido, fué un Starbucks Coffee en la plaza de Drumen, donde pedimos un par de cafés y un par de gélidas y desangeladas piezas de tartas hechas con menos amor que prisas.
Pero el problema vino a la hora de ir al baño. Me sorprendió que estuviera cerrado pero encontré junto a la puerta un sistema de apertura electrónica que era necesario activar con una clave que figuraba en el tickect de la consumición. Tecleé el número 1111, se abrió la puerta y entré en el baño, donde a medida que vaciaba la vejiga se me iba llenando el corazón de ira. Me puse a pensar qué acto de vandalismo podría yo realizar que pudiera ser una respuesta adecuada a la negación del alivio reglamentario a la pobre gente que lo necesita. Se me ocurrieron un buen monton de posibilidades que iban desde como mínimo atascar el sanitario hasta arrancar de cuajo el lavabo pasando por la opción mas equilibrada de provocar un incendio con el rollo de papel higiénico. Pero me detuve al encontrarme con un muchachito de menos de 140 cm de altura, probablemente ecuatoriano, que tenía una mirada implorante de sensatez porque probablemente el sería el perjudicado inderecto del desahogo de mi ira.
¡Prostáticos del mundo entero, con glándulas de canónigo, del tamaño de una manzana reineta, que orinais cada media hora; diabéticos, tipos I y II, abejas melíferas urinarias, que perdeis calorías por el desagüe; consumidores de diuréticos, multíparas añosas con relajamiento pélvico, flojos de esfínteres, tomadores de laxantes, neuróticos con colon irritable, uníos! ¡Unios y boicotead a esos herejes que no tienen caridad de conceder el alivio a quienes no son sus clientes!
El nuevo centro en el eje del Prado añade nuevos incentivos a la oferta cultural del Madrid, que se sitúa entre las primeras del mundo. El edificio es muy bonito. Pero la exposición de los Uffici es de obras de segunda fila, salvo alguna pieza bellísima de Boticelli y de Luca Giordano.
A la salida era la hora de merendar. Ella tiene un diente mas dulce que salado y, además, tiene cuidado de la sal por aquello de la hipertensión. De modo que buscamos, en vano, una cafetería tradicional, en las que uno se sienta sin prisas, de las que abundan en otras ciudades europeas pero que han sido eliminadas en Madrid por el afán de la consumición rápida. Lo único que encontramos, vagamente parecido, fué un Starbucks Coffee en la plaza de Drumen, donde pedimos un par de cafés y un par de gélidas y desangeladas piezas de tartas hechas con menos amor que prisas.
Pero el problema vino a la hora de ir al baño. Me sorprendió que estuviera cerrado pero encontré junto a la puerta un sistema de apertura electrónica que era necesario activar con una clave que figuraba en el tickect de la consumición. Tecleé el número 1111, se abrió la puerta y entré en el baño, donde a medida que vaciaba la vejiga se me iba llenando el corazón de ira. Me puse a pensar qué acto de vandalismo podría yo realizar que pudiera ser una respuesta adecuada a la negación del alivio reglamentario a la pobre gente que lo necesita. Se me ocurrieron un buen monton de posibilidades que iban desde como mínimo atascar el sanitario hasta arrancar de cuajo el lavabo pasando por la opción mas equilibrada de provocar un incendio con el rollo de papel higiénico. Pero me detuve al encontrarme con un muchachito de menos de 140 cm de altura, probablemente ecuatoriano, que tenía una mirada implorante de sensatez porque probablemente el sería el perjudicado inderecto del desahogo de mi ira.
¡Prostáticos del mundo entero, con glándulas de canónigo, del tamaño de una manzana reineta, que orinais cada media hora; diabéticos, tipos I y II, abejas melíferas urinarias, que perdeis calorías por el desagüe; consumidores de diuréticos, multíparas añosas con relajamiento pélvico, flojos de esfínteres, tomadores de laxantes, neuróticos con colon irritable, uníos! ¡Unios y boicotead a esos herejes que no tienen caridad de conceder el alivio a quienes no son sus clientes!
viernes, 21 de marzo de 2008
La demagogia
El Sr. Arias Cañete reúne en su persona elementos típicos tanto de profeta bíblico como de rústico aldeano. Este los primeros la rotundidad y la potencia de su voz, con la que pontifica, y la seguridad absoluta con la que expone ideas no solo inseguras sino inverosímiles. Entre los segundos el rapado “look country” y una cierta tendencia a descender al terreno de las explicaciones menos en la línea de las parábolas que de los chascarrillos de taberna.
El Sr. Arias Cañete acaba de hacer demagogia, un ejercicio de seducción del pueblo con mera palabrería insustancial. Se ha referido a la inmigración como consumidora de recursos sanitarios y ha dejado en el aire, demasiado visible, la sospecha de que ese consumo puede explicar en parte o in toto las deficiencias sanitarias que padecemos. Eso cualifica a cualquiera como demagogo pero cuando se realiza desde solemnidad solo puede considerarse como una solemne estupidez.
Y la razón de esto es que el ejemplo que pone el ex ministro tiene que ver muy poco con el gasto sanitario. Los inmigrantes son gente joven y como tal consumen una minoría, muy por debajo del total que les corresponde, de los recursos sanitarios. Todos los estudios existentes señalan que la utilización de los recursos sanitarios aumenta con la edad, de modo que, cada año, el gasto sanitario típico por personas mayores de 75 años es 6 veces mayor que el de las personas entre los 36 y 45 años de vida; y que el 90 % del gasto sanitario de una persona tiene lugar durante su último año de vida.
De modo que si una mujer de Ecuador llegua a España a los 35 años de edad, trabaja en nuestro país durante 20 años, reúne unos pequeños ahorros, con los que vuelve a su país a la edad de 55, se hace una mamografía anual, al final de su periodo de estancia no solo no ha abusado del sistema sanitario sino que lo ha utilizado muy por debajo de su nivel de cotización. Veamos.
El gasto sanitario medio por habitante y año en España es de unos 1200 €. El Sr. Ex ministro no debe saber que esta cifra es entre un 6 y un 12% inferior a lo que correspondería a España por su nivel de desarrollo y su renta, y tampoco que la Comunidad de Madrid, buque insignia del sistema que propugna es, probablemente la comunidad de España con un presupuesto mas bajo por persona y año. El costo de una mamografía es variable, en función de los beneficios de quien la haga, pero en los Estados Unidos, en los que hay un mercado competitivo en el que las compañías de seguros o el Medicare reembolsan en todo o en parte los gastos, viene a costar entre 100 y 150 $, es decir, entre 70 y 100 €, una duodécima parte del presupuesto sanitario del año.
Muchas de esas personas, que vinieron de Ecuador y se hacen una mamografía al año, están cuidando a nuestros ancianos. Pero, según acabamos de ver, no solo les cuidan sino que también financian su atención sanitaria. Porque, de verdad, donde estamos gastando nuestro dinero es en el cuidado, muchas veces sin esperanza, de pacientes con cáncer terminal, demencia, cardiopatía irreversible y otras, por no hablar de los costes del “ensañamiento terapéutico” al que nos lleva la ética imperante. De modo que a los profetas bíblicos no les vendría mal un poco de vergüenza.
El Sr. Arias Cañete acaba de hacer demagogia, un ejercicio de seducción del pueblo con mera palabrería insustancial. Se ha referido a la inmigración como consumidora de recursos sanitarios y ha dejado en el aire, demasiado visible, la sospecha de que ese consumo puede explicar en parte o in toto las deficiencias sanitarias que padecemos. Eso cualifica a cualquiera como demagogo pero cuando se realiza desde solemnidad solo puede considerarse como una solemne estupidez.
Y la razón de esto es que el ejemplo que pone el ex ministro tiene que ver muy poco con el gasto sanitario. Los inmigrantes son gente joven y como tal consumen una minoría, muy por debajo del total que les corresponde, de los recursos sanitarios. Todos los estudios existentes señalan que la utilización de los recursos sanitarios aumenta con la edad, de modo que, cada año, el gasto sanitario típico por personas mayores de 75 años es 6 veces mayor que el de las personas entre los 36 y 45 años de vida; y que el 90 % del gasto sanitario de una persona tiene lugar durante su último año de vida.
De modo que si una mujer de Ecuador llegua a España a los 35 años de edad, trabaja en nuestro país durante 20 años, reúne unos pequeños ahorros, con los que vuelve a su país a la edad de 55, se hace una mamografía anual, al final de su periodo de estancia no solo no ha abusado del sistema sanitario sino que lo ha utilizado muy por debajo de su nivel de cotización. Veamos.
El gasto sanitario medio por habitante y año en España es de unos 1200 €. El Sr. Ex ministro no debe saber que esta cifra es entre un 6 y un 12% inferior a lo que correspondería a España por su nivel de desarrollo y su renta, y tampoco que la Comunidad de Madrid, buque insignia del sistema que propugna es, probablemente la comunidad de España con un presupuesto mas bajo por persona y año. El costo de una mamografía es variable, en función de los beneficios de quien la haga, pero en los Estados Unidos, en los que hay un mercado competitivo en el que las compañías de seguros o el Medicare reembolsan en todo o en parte los gastos, viene a costar entre 100 y 150 $, es decir, entre 70 y 100 €, una duodécima parte del presupuesto sanitario del año.
Muchas de esas personas, que vinieron de Ecuador y se hacen una mamografía al año, están cuidando a nuestros ancianos. Pero, según acabamos de ver, no solo les cuidan sino que también financian su atención sanitaria. Porque, de verdad, donde estamos gastando nuestro dinero es en el cuidado, muchas veces sin esperanza, de pacientes con cáncer terminal, demencia, cardiopatía irreversible y otras, por no hablar de los costes del “ensañamiento terapéutico” al que nos lleva la ética imperante. De modo que a los profetas bíblicos no les vendría mal un poco de vergüenza.
Los nuevos déspotas
Los nuevos déspotas.
Doña Esperanza Aguirre dice que al Dr. Luis Montes, coordinador del Servicio de Urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés hasta el año 2004, le cesaron por pérdida de confianza. El Dr. Montes, mi admirado, aunque solo fuere por su tenacidad y resistencia, Dr. Montes, a quien la Audiencia acaba de liberar de toda culpa y para quien los tribunales han pedido que se le restituya el honor, afirma que a él le cesaron por 400 homicidios. Con todos mis respetos considero que lleva razón Doña Esperanza.
No es que yo piense que el Dr. Montes miente. Simplemente es un hombre honrado y como muchos de su talante piensa que otros lo son. Es cierto que a él le culparon de 400 homicidios. Pero eso no lleva asociado necesariamente la defenestración, al menos en nuestro medio. ¿O no hubo una epidemia de hepatitis en el Hospital Fundación Alcorcón, de graves consecuencias, y los responsables de aquel hospital siguieron como si nada?.
Por lo demás ¿por qué habría de mentir Doña Esperanza?. No es necesario. Su percepción de impunidad le hace pensar que no necesita justificar su decisiones. Si fué elegida democráticamente después de un escándalo monumental en el que dos diputados del partido de la oposición se esfumaron sin rastro, un suceso que hubiera acabado con la carrera de cualquier persona digna, ¿por qué debe preocuparse de dar justificaciones de racionalidad a sus decisiones?. Ella pone y quita según su criterio. Si pudo poner de gerentes de los hospitales madrileños a un buen puñado de políticos perdedores en las elecciones de 2004 ¿por qué no va poder poner y quitar, según el inapelable criterio de su confianza o desconfianza a un pobre coordinador de un servicio de urgencia?.
Por otro lado esa forma de actuar tiene un carácter bastante frecuente en nuestro país sin que pueda atribuirse a un grupo restringido de personas, partidos, ideologías u otras menudencias. Se llama despotismo y se considera connatural al ejercicio del poder. Los elegidos por los ciudadanos consideran que convertirse en déspotas es la consecuencia natural de una victoria electoral. En la época de Cánovas el partido que ganaba las elecciones nombraba entre sus fieles hasta a los peones camineros y dejaba como “cesantes” a los miembros de toda ralea del partido perdedor. Ahora no seleccionamos por sus afinidades políticas a los peones camineros…porque creo que ya no hay peones camineros pero si lo hacemos con muchos puestos de responsabilidad.
Es lo que tiene pertenecer a una sociedad sin organizaciones sociales fuertes. Doña Esperanza Aguirre se considera una persona liberal pero en los Estados Unidos, que es una sociedad muy liberal, si ella hubiera sido la responsable máxima de un estado, su confianza o desconfianza en una persona hubiera importado un bledo para que esa persona desempeñara o no un puesto de responsabilidad.
Simplemente porque en las sociedades civiles fuertes y desarrolladas lo importante no es tener la confianza o desconfianza de los políticos sino la que cada uno es capaz de despertar en los profesionales. En las sociedades liberales fuertes los políticos no se meten en tareas que no son políticas sino profesionales. Aquí, como sigamos así, no sería de sorprender que los políticos acabaran diciéndonos de qué tenemos que diagnosticar y cómo tratar a nuestros pacientes. En realidad esto último ya lo hacen.
Doña Esperanza Aguirre dice que al Dr. Luis Montes, coordinador del Servicio de Urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés hasta el año 2004, le cesaron por pérdida de confianza. El Dr. Montes, mi admirado, aunque solo fuere por su tenacidad y resistencia, Dr. Montes, a quien la Audiencia acaba de liberar de toda culpa y para quien los tribunales han pedido que se le restituya el honor, afirma que a él le cesaron por 400 homicidios. Con todos mis respetos considero que lleva razón Doña Esperanza.
No es que yo piense que el Dr. Montes miente. Simplemente es un hombre honrado y como muchos de su talante piensa que otros lo son. Es cierto que a él le culparon de 400 homicidios. Pero eso no lleva asociado necesariamente la defenestración, al menos en nuestro medio. ¿O no hubo una epidemia de hepatitis en el Hospital Fundación Alcorcón, de graves consecuencias, y los responsables de aquel hospital siguieron como si nada?.
Por lo demás ¿por qué habría de mentir Doña Esperanza?. No es necesario. Su percepción de impunidad le hace pensar que no necesita justificar su decisiones. Si fué elegida democráticamente después de un escándalo monumental en el que dos diputados del partido de la oposición se esfumaron sin rastro, un suceso que hubiera acabado con la carrera de cualquier persona digna, ¿por qué debe preocuparse de dar justificaciones de racionalidad a sus decisiones?. Ella pone y quita según su criterio. Si pudo poner de gerentes de los hospitales madrileños a un buen puñado de políticos perdedores en las elecciones de 2004 ¿por qué no va poder poner y quitar, según el inapelable criterio de su confianza o desconfianza a un pobre coordinador de un servicio de urgencia?.
Por otro lado esa forma de actuar tiene un carácter bastante frecuente en nuestro país sin que pueda atribuirse a un grupo restringido de personas, partidos, ideologías u otras menudencias. Se llama despotismo y se considera connatural al ejercicio del poder. Los elegidos por los ciudadanos consideran que convertirse en déspotas es la consecuencia natural de una victoria electoral. En la época de Cánovas el partido que ganaba las elecciones nombraba entre sus fieles hasta a los peones camineros y dejaba como “cesantes” a los miembros de toda ralea del partido perdedor. Ahora no seleccionamos por sus afinidades políticas a los peones camineros…porque creo que ya no hay peones camineros pero si lo hacemos con muchos puestos de responsabilidad.
Es lo que tiene pertenecer a una sociedad sin organizaciones sociales fuertes. Doña Esperanza Aguirre se considera una persona liberal pero en los Estados Unidos, que es una sociedad muy liberal, si ella hubiera sido la responsable máxima de un estado, su confianza o desconfianza en una persona hubiera importado un bledo para que esa persona desempeñara o no un puesto de responsabilidad.
Simplemente porque en las sociedades civiles fuertes y desarrolladas lo importante no es tener la confianza o desconfianza de los políticos sino la que cada uno es capaz de despertar en los profesionales. En las sociedades liberales fuertes los políticos no se meten en tareas que no son políticas sino profesionales. Aquí, como sigamos así, no sería de sorprender que los políticos acabaran diciéndonos de qué tenemos que diagnosticar y cómo tratar a nuestros pacientes. En realidad esto último ya lo hacen.
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