La semana pasada tuve que dar una conferencia a las asociaciones de pacientes con enfermedades neurodegenerativas con objeto de divulgar entre ellos el tipo de investigación que hacemos en sus distintas patologías. Algunos de mis compañeros hablaron de la situación de cada una de las enfermedades pero a mi me pidieron que hablara de cómo los pacientes y sus familiares pueden contribuir a que se avance en la investigación de los distintos procesos. Les expliqué lo que era obvio, que su contribución podria resumirse en dos aspectos: a) buscar financiación tanto privada como pública para que se les trate bien y se investigue en sus problemas, y b) colaborar con la investigación participando en los estudios que se realicen y donen muestras para favorecer otros.
La conferencia transcurrió dentro de los cauces normales y yo me mantuve siempre dentro de los límites de la ortodoxia pero al finalizar mi última diapositiva me permití la licencia de reivindicar el papel misántropo y un poco cínico del científico, les expliqué que es preferible que investiguemos a que estemos siempre en los medios y les dije que no debían pedirnos que diéramos tantas conferencias ni que apareciéramos tanto en los medios. Y acabé con una frase, que recuerdo de mi juventud, de la que es responsable uno de los existencialistas franceses, no recuerdo si Albert Camús o Jean Paul Sartre, que decía: "El enamorado que ama es mas enamorado que el que lleva cuentas de la rima".
Una semana mas tarde tuve que volver a salir en televisión. Una cadena de cuyo nombre no quiero acordarme estaba haciendo unos reportajes sobre algunas enfermedades y querían mi ayuda para realizar uno sobre Huntington. Pedí a mis amigos de Genética y Psicología que participaran y hablaran de sus temas, envié las cámaras al laboratorio para que vieran los ratones afectos y me dispuse a sentarme en frente de una cámara y a responder a las preguntas.
Lo primero que me molestó fué que me filmaran en un pasillo, sin fondo, en condiciones muy artificiales, fuera de mi ambiente natural. Pero acepté. Lo que no pude tolerar es que me preguntaran por pacientes concretos a los que ellos habían entrevistado. Me negué a hablar de los pacientes si ellos no estaban presentes y hubo que suspender la sesión hasta que vinieron. Y mientras estos llegaban y las cámaras estaban apagadas me acordé de Arquímides, un científico perdedor.
Lo primero que me viene a la cabeza de Arquímides es la versión que contaban los tebeos de mi niñez según la cual el pobre Arquímides era un sujeto que se bañaba en una tina lleva de agua, y de su experiencia deducía que el peso de su cuerpo era igual al volumen del agua que derrramaba y el autor del comic consideraba que también igual al tamaño de la paliza que su mujer le propinaba a escobazos.
Pero además de ser un potencial martir de la escaba conyugal Arquímides sí fue victima de propia independencia y de sus pocas ganas de plegarse al poder cambiante en perjuicio de sus propios intereses. Además de sus teoremas el pobre Arquímides encontró tiempo para fabricar para los soberanos de Siracusa unos espejos que concentraban el calor del sol y achicharraban a los invasores romanos a distancia, y unas palancas que levantaban los trirremes y las destrozaban de manera parecida a como King Kong jugaba con las avionetas.
Cuando, a pesar de todo, los romanos entraron en la ciudad y empezaron la degollina los soldados llevaban una orden estricta: "No hacer daño a Arquímides sino traerle a la presencia de los cónsules para que en el futuro trabaje para nuestras legiones y nos ayude a fabricar ingenios militares". Eso se llama ahora "investigación traslacional" y por lo visto ya se llevaba hace 2300 años. Desde luego no cabe duda de que la mayoría de los investigadores que hasta 1945 trabajaban para los nazis empezaron después de esa época a hacerlo para los americanos.
Pero el pobre Arquímides no quiso saber nada de los romanos. El hombre estaba allí, sentado en la arena, dibujando signos indescifrables, intentando resolver los problemas que le interesaban, indiferente a que fueran los romanos quienes ganaran la batalla, o sus paisanos siracusanos. La patria del científico es la ciencia y, como dijo Eistein, Arquímides quizás pensó que era su raza era la humanidad. De modo que que Arquímides ignoró las ódenes del primer legionario que le exigía que le acompañase y este, desairada la autoridad que le confería su espada, no tuvo ocurrencia mejor que rebanarle el gaznate.
Eso es lo que puede ocurrir a los que no acuden a la llamada de los poderosos, incluyendo los medios.
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