Me llama hace unos días la esposa de un antiguo y muy querido paciente.
- "Doctor, le llamo para decirle que Antonio ha muerto".
- "¡Cuanto lo siento!.Y, ¿cómo ha sido señora?".
- "Pues mire, Doctor, se cayó en la calle y se fracturó la pierna. Y, como era domingo, le llevamos a una clínica privada, que yo creo que retrospectivamente fue un error (yo también lo creo, un sitio al que no estaría bien llevar ni al peor de nuestros enemigos) y allí le quitaron los anticoagulantes. Y al día siguiente tuvo así como una sacudida brusca y yo le dije: ¡Antonio, Antonio!, pero no le pude despertar".
Don Antonio, como yo le llamaba era uno de mis pacientes mas divertidos, o por decirlo de manera mas cruel, era uno de mis pocos pacientes divertidos. Había sido un empresario de éxito y a sus mas de 80 años de vida y mas de 10 años de Parkinson seguía disfrutando de la vida. Viajaba continuamente y era un gran jugador de cartas. Yo me lo he encontrado en un avión en el que yo venía de un congreso de Niza y el de un casino de Montecarlo. En una ocasión se enteró de que un médico argentino, tan modesto y tan parco en palabras como suelen serlo los ciudadanos de esa república, que trabajaba en Paris propugnaba un nuevo tratamiento de la enfermedad de Parkinson y me pidió mi opinión sobre el. Yo le dije que no tenía datos. Casualmente yo tenía que estar en Paris el día que él iba a visitar a su médico y me ofrecí a acompañarle. Me lo agradeció muchísimo y nos vimos en el Hospital Henry Mondor. Al salir de la entrevista le dije:
"Don Antonio, no estoy seguro de que ese tratamiento que le proponen le vaya a ayudar en su lucha con la enfermedad de Parkinson pero estoy en condiciones de asegurarle que, salvo que le arruinen, no le va a producir efectos secundarios. Si le hace ilusión, tómelo".
Don Antonio tomó el tratamiento. Hizo algunos viajes a Paris, lo que no creo que le disgustara, con su esposa, una señora algo mas joven que él pero que se conservaba muy bella, y pasó de un optimismo infantil a la opinión de que le habían engañado. Y quizás a un cierto pesimismo.
- "Bueno, Doctor, -sigue la esposa- quiero decirle que el funeral es esta tarde, a las 7, en la iglesia de S. Fermin de los Navarros".
- "No creo que pueda ir, Señora".
- "No, Doctor, si es posible que yo tampoco vaya. Yo le quería mucho y eramos un matrimonio muy unido pero ahora estoy muy enfadada porque me he enterado que ha hecho testamento a favor de una de sus hermanas".
A los pocos días recibo una comunicación de mi secretaria que me dice que la esposa la ha contactado para pedirle que la llame con urgencia. Lo hago. La esposa me pide que emita un informe según el cual desde antes de 2004, fecha del último testamento, su marido estaba incapacitado para testar. Le explico que eso no es posible, en primer lugar porque yo creo que estaba en perfectas condiciones, y en segundo término porque no es razonable que si la esposa tenía conocimiento de esa incapacidad no la haya planteado hasta el momento de tener conocimiento de un testamento que la desfavorece. Lo acepta.
Pero a mi me queda la inquietud porque he visto problemas parecidos muchas veces con multitud de matices y no pienso que tengamos una regulación jurídica correcta y acorde a los conocimientos científicos actuales. La vida del hombre es un viaje en una noria durante el cual en un primer momento se sube y en otro se baja. Cuando hemos llegado al punto mas bajo el feriante nos dice que nuestro viaje ha terminado y nos ayuda a apearnos del artilugio. Cuando empezamos la subida existe un tiempo en el que todavía estamos demasiado bajo como para tener una buena perspectiva del paisaje. Llega un momento en el que nos elevamos por encima de un determinado nivel y entonces empezamos a tener una idea clara de lo que nos rodea. La visión del paisaje mejora a medida que subimos y alcanza sus mejores momentos en el punto mas alto. Luego empezamos el descenso. La vista sigue siendo buena y se enriquece con la perspectiva que ofrece haberlo visto todo desde la cumbre. Pero cuando seguios bajando y, antes de llegar a la parada, dejamos de ver y empezamos a olvidar.
Si nosotros aceptamos que durante nuestro proceso evolutivo existe un periodo de incapacidad total o parcial (hasta el uso de razón se decía antes, o hasta la mayoría de edad) ¿por qué no pensamos que durante nuestro proceso involutivo, por razones de enfermedad o limitaciones de otro tipo, pueda existir otro periodo de nuestras vidas en el que hayamos perdido "el uso de razón"?. Y, si eso fuera frecuente, ¿por qué no nos preocupamos de detectarlo y lo prevenimos?.
A mis amigos les confieso que los maltratadores de pérsonas débiles, sean estas mujeres, ancianos o niños, que tampoco interesan las diferencias, se dividen en dos categorías. En la categoría mas frecuente se encuadran los hijos de puta; en la otra los dementes. Si un mal nacido, de conducta violenta, ab utero materno, asesina a su compañero a los pocos meses o años de convivencia asesina a su compañera, pertenece a la categoría de los primeros; pero si un ancianito de 80 años, que ha vivido feliz con su compañera durante mas de medio siglo, la apuñala porque cree que se acuesta con el carnicero, se trata de un demente. Y eso se podría prevenir si el anciano fuera objeto de revisiones periódicas "obligatorias", lo que llamo la ITV neurológica.
Del mismo modo que los vehículos de motor, cuando tienen unos años, no pueden circular si no pasan una revisión periódica, los seres humanos deberíamos ser obligados a pasar exámenes periódicos cada cierto tiempo. Por ejemplo, al llegar a una determinada edad, digamos 65 años, todo sujeto candidato a pensión de jubilación, descuentos en museos, transportes, hoteles, y otros, debería tener que presentar un certificado en el que se diga que se ha sometido a una serie de pruebas muy sencillas, que todas pueden practicarse en un total de media hora y que sería las siguientes: agudeza visual, para asegurarse de que no tropieza, se cae, y se rompe una cadera; audición, para evitar que por sordo no le atropelle un coche; depresión, para asegurarse que no se tira por la ventana o hacer volar entero su edificio provocando una explosión de butano; movilidad, para evitar que se pase el día como lo hacen los parkinsonianos, sentados en una silla, con riesgo de tromboflebitis e infecciones; examen minimental, para asegurarnos que no asesine al conyuge o no se case con una persona 30 años mas joven sin medir las consecuencias.
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